LA CONGRUENCIA Y EL ABANDONO DEL LÍMITE

 

IGNACIO FALGUERAS SALINAS

 

RESUMEN: En este trabajo se somete a un examen de congruencia el método del abandono del límite, atendiendo a lo que dice, a lo que hace y a lo que es. La congruencia puesta en juego por dicho método es tal que obliga a sobrepasar su sentido usual, que es el meramente formal, y ayuda a descubrir que la congruencia es un carácter intrínseco de la verdad real, merced al cual se supera la desconfianza atávica que acompaña a la búsqueda filosófica, haciendo innecesario, aunque sin invalidarlo, el recurso a procedimientos como la búsqueda de señas, criterios o pruebas para reconocerla.

 

Palabras clave: Método, límite mental, congruencia, antropología, don.

 

ABSTRACT: This paper examines the congruence of the method of abandoning the (mental) limit regarding what it states with what it does and what it is. The solid congruence that this method exhibits oblige to exceed its mere formal use and it helps to discover that congruence constitute an intrinsic feature of real truth. This finding overcomes the atavistic distrust that has accompanied the philosophical research, making unnecessary the search for signals or proofs to recognize the truth.

 

Keywords: Method, mental limit, harmony, anthropologie, gift.

 

 

Cuando se acompaña al abandono del límite mental a lo largo de sus incursiones por todo el campo del saber, aunque se comprende que su propia andadura –que no es sino la de un método en búsqueda sin término de temas inagotables– no le deja margen para cuestionarse por sí mismo, parece conveniente prestar alguna atención a su propia índole y a la situación que le corresponde en el universo de ampliaciones del saber por él insaturablemente abierto. No se trata de encarnizarse en un preguntar por dicho método, con la secreta esperanza de aislarlo de todo tema y ponerlo frente a nuestra mirada, lo que conduciría a su extinción por incoherencia, o a su abdicación al detenerlo para someterlo a examen. No se trata tampoco de reflexionar sobre él como método, haciendo que recaiga sobre sí mismo, lo que equivaldría a pararlo o detenerlo. Se trata de buscar su íntima congruencia, o sea, la conveniencia entre lo que dice, lo que hace y lo que es, sin hacerle dejar de decir, hacer y ser lo que dice, hace y es.

 

Para ello, en lo que sigue voy a considerar, primero, la caracterización nocional del método del abandono del límite, es decir, lo que se dice de él desde él; después pasaré a atender a lo que hace dicho método, o sea, a su caracterización funcional; y, en tercer lugar, atenderé a su caracterización onto-lógica, o sea, a lo que es.

 

 

I.    Lo que se dice del abandono del límite, o su caracterización nocional

 

 

Sin pretender ser exhaustivo, pues la congruencia no lo exige, en lo que sigue recogeré algunas indicaciones de Polo acerca de su método, tal como las he entendido.

 

El abandono del límite se propone, ante todo, como un método de conocimiento. No se trata, por tanto, de un procedimiento práctico, condicionado a la obtención de fines en el tiempo, sino de un modo de conocer, o poseer fines, al margen del tiempo. Un método de conocimiento no puede basarse en el «prueba y verás»[1], sino que ha de nacer de una luz que gane nuevas luces. Lo específico de los métodos de conocimiento es que, en cuanto que ganan luces, las comunican con los temas, tanto si son teóricos, como si son prácticos, y, sin embargo, no comprometen a quien los despliega, no lo hacen moralmente bueno o malo, tan sólo aumentan (o disminuyen) su intelección de la realidad.

 

Como tal método, el abandono del límite es propuesto como acto, o sea, como actividad, no como un mero acto (operación) y menos aún como un acto conclusivo, sino como la apertura de un camino allí donde se cerraba el saber, o sea, en su límite: es la transformación del límite en zona de tránsito para el saber, pero no por anulación de lo sabido, sino por abandono de la limitación de lo sabido.

 

Este método del abandono del límite no es un método necesario, o sea, que haya de ser seguido por todos para alcanzar algún conocimiento verdadero[2]. El abandono del límite puede hacerse o no, sin que por ello el que lo omita quede privado de toda verdad. Decir esto no es el mérito de una modestia moral, sino un asunto de simple congruencia: puesto que la necesidad es propia del conocimiento objetivo (limitante), al abandono del conocimiento objetivo no le cuadra ser un abandono necesario, es decir, inexcusable para obtener conocimientos verdaderos. Téngase en cuenta que el abandono del límite mental no implica que el límite no sea conocimiento o que carezca de toda verdad, antes bien lo que detecta es que el límite mental arroja un conocimiento limitado; por consiguiente, todo cuanto aporte el nuevo método será no una amputación, sino una ampliación del conocimiento, que ya no será limitado.

 

Esta última aclaración puede generar equívocos. Si el conocimiento objetivo es limitado, ¿nos proporcionará su abandono un conocimiento no limitado o infinito? Desde luego, no un conocimiento infinito por negación de la finitud, pues el abandono no es una negación del límite, sino una indicación para abrirse a lo nuevo, a lo imprevisible, a lo inesperado[3]. Detectar el límite es darse cuenta de que el saber no acaba en él, por lo que no se cobra como negación positivante, sino como conocimiento incrementable. Abandonar el límite es tomarlo como punto de referencia para proseguir el saber. Por eso no cabe autorreferencia en el abandono del límite, el cual por su propia índole excluye toda reflexividad. Si detectar el límite es ya haberlo sobrepasado, no existe razón alguna para recaer en él, sino para abandonarlo apostando por avanzar en el saber sin detenerlo en lo sabido, ni tampoco existe razón para envidiar su evidencia, antes bien es una oportunidad para abrirse a lo no sabido, a lo por averiguar y descubrir más allá de toda seguridad, con el aval superior de la congruencia. En consecuencia, el abandono del límite no es algo que haya de hacerse de una vez por todas[4], sino más bien algo que, en tanto dure esta vida, puede hacerse sin término, porque el abandono del límite no es la supresión de lo limitado, sino su aprovechamiento[5]. 

 

El abandono del límite mental se ofrece como un método libre. Separar la libertad respecto del conocimiento es propio del límite, que impone la exactitud y la necesidad. Que el método sea libre no significa tampoco que sea arbitrario ni opcional, pues, como se ha dicho, es un método de conocimiento, no un método práctico. Antes bien, que sea libre significa que es conveniente, que aporta libertad al conocimiento, le abre horizontes y le permite avizorar lo que cae fuera del saber objetivo. Sobre su «conveniencia» en la forma de congruencia es sobre lo que propongo llevar la atención en este trabajo, aunque paso a paso. «Conveniente» quiere decir, desde luego, que está acompañado de un cierto imperativo moral, pues es el método que está a la altura de nuestro tiempo, aquel que el crecimiento histórico del saber humano nos pide que intentemos[6]. Sin duda, en atención a la libertad es mucho más alto un conocimiento recomendado que un conocimiento necesario, que no deja margen alguno al más ni al menos. Sin libertad no cabría incremento ni historicidad en el saber. La congruencia admite el más y el menos, y por eso emparenta con la libertad y con la historicidad del saber. Veámoslo. La filosofía medieval está incompleta, pero no es falsa. La filosofía moderna yerra en el punto de partida de su procedimiento, pero no en la gran meta que persigue. Se puede refutar la filosofía moderna con la medieval, pero no se puede proseguir la filosofía medieval con una mera refutación de la moderna. El abandono del límite permite tanto proseguir la incompleta filosofía medieval como avanzar hacia la meta de la moderna, corrigiendo aquélla en algunos puntos y subsanando a ésta de raíz. El abandono del límite está vinculado con la superación del idealismo moderno[7], pero no está desvinculado de la meta pretendida (y no alcanzada) por ese idealismo: establecer la independencia trascendental de la antropología respecto de la metafísica. Separar trascendentalmente la antropología de la metafísica no tiene nada que ver con absolutizar al hombre, negando la existencia de Dios, ni con introducir el panteísmo (al que evita), ni con reducir el conocimiento a los hechos, sino más bien con atisbar el estatuto trascendental del entendimiento, que era la gran meta (depurada) de la filosofía moderna. A su vez, esclarecer el estatuto trascendental del entendimiento no implica desbancar a la metafísica, o sea, el estatuto trascendental del ser, sino compaginarlo con él. Por tanto, el abandono del límite casa bien con los hallazgos de la filosofía medieval y con la meta de la filosofía moderna, y resulta muy conveniente para conseguir que la filosofía prosiga en nuestros tiempos, cuando la filosofía moderna desespera de su meta y la medieval se repite sin avanzar.

 

Una vez aclarado que abandonar el límite mental es sólo proseguir el saber allí donde quedaba detenido, queda de manifiesto que la apertura singular de este método, según la cual nada de lo que ha sido entendido con verdad por cualquier otro ser humano queda rechazado, no es el resultado de un propósito bondadoso, postulado a priori, o voluntarista, no es postizo, sino fruto natural de un método, que no condena lo sabido, sino la detención del saber. Excluir y detener es lo propio del conocimiento objetivo, cuya cantinela suena: “esto es todo y nada más”. Abandonar el conocimiento objetivo es abandonar la exclusión. El abandono del límite no es totalizante ni se absolutiza, sino que siempre está referido a lo abandonado. Por eso no es positivamente infinito, sino sólo potencialmente infinito, o sea, que nunca se puede dar por definitivamente acabado ni se hace de una vez por todas.

 

Por último, el abandono del límite mental, en consonancia con lo anterior,  no es propuest como único, y eso en tres sentidos: a) en el de que no es el único método de conocimiento, b) en el de que no es un método único, o sea, un único modo de abandono, antes bien caben varias formas de abandonarlo, pero también c) en el de que el límite mental no es el único límite.

 

a) El abandono del límite mental no es el único método de conocimiento, porque el propio límite mental (o la objetivación) es un modo de conocimiento (limitado), y la reflexión, la razón y el logos son también modos de conocimiento (limitados); pero, además, porque la voluntad es también cognoscitiva, pero sin detectar su objeto como límite ni abandonarlo; desde luego, el conocimiento sensible humano también es otro modo de conocimiento; y la fe es un ulterior modo de conocimiento. Todos ellos son reconocidos como conocimientos verdaderos por el abandono del límite, pero son distinguidos y, o bien ordenados, o bien respetados metódicamente por él.

 

b) El abandono del límite mental no es un método monolítico, sino que se despliega pluralmente, como expondré en el apartado próximo. La unicidad le pertenece al límite mental, de manera que abandonar el límite mental es abandonar la unicidad.

 

c) El abandono del límite mental no detecta un único límite. Además del mental, existe el límite ontológico[8], el cual no es abandonable por nosotros, aunque sí es graciable por Dios.

 

Si he conseguido exponer adecuadamente las características del método de Polo, el lector podrá darse cuenta de que se trata de un método nuevo, con ciertos precedentes históricos en su parte detegens, pero sin precedentes explícitos en los desarrollos de su parte quaerens. Por ser verdaderamente nuevo, este método no necesita enfrentarse a los métodos preexistentes, sino que los engloba y ordena según su propia novedad, pero respetando la respectivas congruencias de los métodos anteriormente utilizados y remozados por el suyo. Por eso no se articula en una pars destruens y en otra construens, porque no ha de oponerse a nada de modo definitivo, salvo a la propia oposición o exclusión. Ningún hallazgo ha de ser destruido o negado, antes bien ha de ser integrado, y ni siquiera de una manera forzada o artificial, sino manteniendo cuanto de congruente existe en él. Es mérito suyo, pues, la búsqueda de la congruencia (peculiar) en los demás métodos, así como la propuesta de nuevas y superiores congruencias, que no agotan en absoluto el campo de la investigación de la verdad, tan sólo continúan la perennidad del filosofar.

 

 

 

II.  Lo que hace el abandono del límite, o el modo de proceder del método en el conjunto de la investigación poliana

 

 

En el apartado anterior he procurado delinear el perfil cualitativo del método poliano según el alcance de mi entender. Sin embargo, la andadura del método de Polo no está exenta de sorpresas. El abandono del límite no es un método deductivo ni tampoco inductivo, es más bien un método congruencial. Ahora bien, la dificultad que ofrece un método congruencial es la de que no se puede abrir paso de modo unilateral, puesto que la congruencia requiere intrínsecamente la consideración conjunta de varias instancias, lo cual no sólo no es usual, sino de muy difícil realización, en la medida en que requiere una concentración de la atención que no sea reductiva, sino, como el propio Polo indica, que sea sistémica. Afortunadamente él ha puesto algunos y claros ejemplos de lo que es un investigar sistémico[9]. Desde luego, no se trata de que hayamos de saberlo todo (o que, de lo contrario, no sabremos nada), que es el lema implícito de todo el pensamiento de la modernidad, aunque hecho explícito sólo por algunos de sus más perspicaces filósofos[10]. Por el contrario, se trata de que podemos saber ilimitadamente, sin saberlo todo. No es lo mismo lo sistémico que lo sistemático. La pretensión de completitud acabada («todo» equivale a «sólo esto y nada más») es consanguínea del límite mental, justo lo que hemos de abandonar. Pero precisamente por ello el método del abandono del límite se abre al conocimiento de la complejidad, no a la reducción del todo al uno o viceversa, sino a la consideración congruente de muchos. El último Schelling, aunque no consiguió desembarazarse del constructivismo moderno, llegó a distinguir entre sistemas abiertos y sistemas cerrados[11]. Los sistemas abiertos son una vía para la intelección de lo sistémico, pero existen además los sistemas libres, cuya apertura es ilimitada. Polo no llega a ese descubrimiento por la senda del fracaso del sistematismo moderno, como Schelling, sino por la misma complexión del abandono del límite: si abandonar el límite no es desprenderse del saber limitado, sino de lo limitado del saber, entonces ha de ser un mirar en múltiples direcciones, cosa imposible para el conocimiento objetivo. Ese mirar en varias direcciones no ha de ser simultáneo (que es lo propio del objeto), pues no ha de ser un ver acabado y fijo, ni tampoco un ver pasivo (visionar) o un pasar la mirada por encima, sino un atender holístico que en cada detalle sepa discernir la pluralidad de referencias de lo sistémicamente complejo. La primera impresión que da el discurrir de Polo es la de que está dando vueltas en torno a lo mismo, algo parecido a lo que Ortega y Gasset decía que él quería hacer en sus lecciones sobre qué es filosofía, y que comparaba con el pueblo hebreo cuando derribó las murallas de Jericó[12]. Pero no es así. Polo no está dando vueltas en torno a lo mismo, sino abandonando lo mismo y avanzando en la descripción de la complejidad de lo real que su mirada intelectual descubre.

 

Lo real sale al paso del abandono del límite como tematizaciones coordinadas con la versatilidad del método. Abandonar el límite es abandonar la oposición entre la realidad y el método, según la cual uno debe preferirse al otro, porque se disputan la anterioridad. Es el límite mental (anticipación) lo que opone entre sí a lo real y al método. Si se abandona el límite, cabe la coordinación mutua, la coincidencia. Por esa razón en la detección del límite mental no sale al paso un único modo de abandonarlo. La realidad es compleja, no puede ser abarcada en un único golpe de atención ni siquiera en una sola línea de atención, sino que ha de ir siendo abordada con una paciencia inagotable, paso a paso, pero nunca deslavazadamente, sino a golpes de atención plurales y metódicamente coordinados con ella. Tal coordinación es todo menos una reducción del uno al otro, antes bien es la declaración de una separación mayor o menor (nunca nula) entre ellos, pero a la que corresponde una congruencia mutua.

 

Ya desde El Acceso al ser, el método se distribuye en cuatro direcciones temáticas: hacia el ser trascendental del mundo, hacia su esencia, hacia el ser trascendental del hombre, y hacia la esencia del hombre. Esas direcciones se corresponden con cuatro modos de abandonar el límite, cuya modulación se calibra por la intensidad de su separación, de manera que las cuatro temáticas están coordinadas con cuatro grados de intensidad en la separación respecto del límite[13].

 

La separación coordinada entre el método y la tematización de lo real puede ser entendida con la noción de dualización. El hombre es dualmente (co-existe), y entiende dualmente, o sea, separándose en coordinación con temas reales. La dualización no es una división en dos, ni una multiplicación por dos, sino el acogimiento o la integración de lo distinto sin deshacerlo como distinto y sin disolver la propia distinción: al acoger lo distinto sin deshacer la distinción, lo acogedor lo integra dualizándose con él. La dualización lleva, pues, en su intrínseco proceder la complejidad (de la distinción), la jerarquía (del que acoge), en la que va implícita la separación, y la congruencia de la integración. Por eso dualizarse no se reduce a ser estáticamente dual, sino que es actividad que busca o encuentra congruencialmente.

 

En esa actividad dualizante, sin embargo, no es siempre el método el que acoge, sino que también lo puede ser el tema. Así la dualización intelectual puede darse o bien como superior a los temas, o bien como inferior a ellos. Cuando es superior a los temas, la dualización intelectual los ilumina, pero, cuando es inferior, es más bien ilustrada por ellos[14]. La congruencia, como acogimiento, entre método y temas no es unilateral, ni mutua en sentido reflexivo, sino mutua en dualización jerarquizada.

 

Pero al decir eso, pudiera parecer que el método es la dualización intelectual, la cual, si bien de distintas maneras, está en todas partes sin que tenga un lugar temático propio. ¿Tiene lugar temático el método? ¿Cuál es?

 

Con estas cuestiones se rozan problemas complejos que pueden inducir a confusión e incluso a aparentes incongruencias. Si método y tema se dualizan, ¿cabrá tematizar el método, o generaremos al intentarlo un proceso al infinito? Y si se consiguiera tematizarlo, ¿quedaría el método aislado de los temas?, ¿o, al convertirse en tema, dejaría de ser método? Y si no deja de ser método por ser tematizado, ¿se haría tema de sí mismo, o método de sí mismo? En pocas palabras, ¿sería esa tematización del método reflexiva?

 

LP ha tematizado el método muchas veces. Alusiones al abandono del límite están repartidas por doquier a lo largo de sus obras, pero en tres de ellas ha sido convertida en tema propio, a saber, en El Acceso al Ser, en el Curso de Teoría del Conocimiento, y en la Antropología Trascendental. Aunque de modos y en grados diferentes, en estas obras no sólo se describe funcionalmente el método del abandono del límite mental, sino que se hacen indicaciones acerca de su precisa cualificación real, es decir, se tematiza el método. En El Acceso al Ser la atención se dirige sobre todo al modo de concentrar la atención para detectar el límite y para iniciar su abandono indicativamente: es una tematización dirigida al procedimiento en su punto de partida. En el Curso de Teoría del Conocimiento II la atención se dirige al tipo de actividad cognoscitiva que corresponde al abandono del límite y que es descrita como conocimiento habitual[15]. Se trata, pues, de una tematización que lo cualifica dentro de los actos cognoscitivos. Por último, en la Antropología trascendental se completa con una tematización realista que lo sitúa dentro del orbe de lo humano: es un crecimiento de la libertad en la detectación del límite[16]. 

 

Pero conviene darse cuenta de que todas las tematizaciones del método se hacen en correspondencia con una metodización de los temas. Ciertamente cabe tematizar el método acentuando la atención sobre lo metódico, pero nunca aislándolo de lo temático. La dualización no queda nunca eliminada, por lo cual nunca se incurre en reflexión, la cual es homogeneizante o reductiva. Mas, al mismo tiempo, la dualización no se convierte en un proceso al infinito, porque, como he adelantado más arriba, no sólo el método es activamente integrador, también lo pueden ser los temas, que en unos casos son integrantes y en otros integrables. El proceso al infinito enredoso e invalidante se puede dar allí donde no existe jerarquización de actividades[17]. En la medida en que las actividades se jerarquizan, lo que tenemos es una distribución congruencial tanto del método como de los temas. 

 

Tras estas aclaraciones, podemos volver a las cuestiones precedentes, ¿Tiene lugar temático el método? Y si lo tiene, ¿cuál es?  La respuesta positiva a la primera cuestión implica que los temas a que nos referimos acogen al método del abandono del límite, y en ese sentido lo hacen luminoso. Pero, en tal caso, el método del abandono, aunque se dualice, no es la dualización. De manera que no será el método el que se ilumine a sí mismo, sino cierta temática (no cualquiera) la que nos permita descubrirlo, entenderlo y ejercerlo. Ciertamente que a esa temática le corresponde ser jerárquicamente superior al método, y también que ella no estará sola, sino acompañada por un método que le es jerárquicamente inferior, lo que, en los términos que venimos usando, significa que la tematización del método sitúa a éste en una intensidad de saber y a una altura de realidad menor que la de aquellos temas que cuando se metodizan lo hacen luminoso.

 

Es congruente, por tanto, que Polo sitúe el método del abandono del límite en la esencia del hombre, a una altura inferior a la del plano trascendental, y que trate de él de modo más directamente temático en la Antropología Trascendental II[18]. Sin embargo, esto también plantea problemas, porque en realidad ninguna de las “instancias” de la antropología parece irle bien al abandono del límite. No es ni una operación, ni un hábito adquirido suscitado por el ver-yo, ni un hábito innato, ni una idea simbólica, ni el fruto de la experiencia intelectual, ni una noticia connatural nacida bajo los auspicios de la voluntad; y desde luego no es ninguna dimensión trascendental del hombre, sino que pertenece a la esencia. Sin embargo, tiene aspectos comunes con cada una de esas dimensiones: es intermitente (como las operaciones), es cognoscitivo de actos (como las ideas simbólicas y otros hábitos adquiridos) y también de hábitos (como la experiencia intelectual y el ver-yo), no es suscitado por el mero ver-yo (como los hábitos innatos), sino que afecta al ver-yo al modo de una noticia connatural, pero sin ser de índole moral o volitiva; y, aunque no pertenece al orden trascendental humano, sin embargo se mueve cognoscitivamente también dentro de él.

 

A primera vista podríamos deducir que ese hábito se sitúa en el centro de lo humano, puesto que su proceder, aunque diversificado, se abre tanto a lo inferior como a lo superior. Con el abandono se advierten o alcanzan tanto los trascendentales mundanos como los humanos, e igualmente los respectivos órdenes predicamentales, por hablar de modo rápido y sólo indicativo. Por tanto, parece que este modo de conocimiento se mueve con libertad tanto hacia arriba como hacia abajo, respetando las dualizaciones, pero sin dualizarse con un acto solo ni en concreto ni globalmente. Funcionalmente es un conocimiento que no se dualiza de modo concreto con ninguna de las otras instancias descritas en la Antropología, aunque las puede acompañar a todas. Gracias a él tanto alcanzamos la transparencia propia del intelecto personal, como encontramos las iluminaciones propias del ver-yo. El método del abandono del límite funciona como si estuviera situado en el punto de unión de la complejidad humana, como si él fuera el gozne de la realidad dualizante humana. Él entiende más allá del ver-yo y encuentra incluso más acá del límite mental, alcanza lo superior y encuentra lo inferior: su lugar no parece poder ser otro que el centro, pero no un centro único, sino algo así como la charnela de la esencia y del ser humanos. Sin embargo, entre la esencia y el ser no cabe que exista ningún medio de unión, porque no están separados ni son contiguos, sino que integran una inidentidad existencial.

 

Espero haber señalado con claridad el problema: el método parece situarse en un centro o medio que no puede existir; se dualiza congruencialmente, pero no es la dualización ni la congruencia; funciona dualmente en todas partes, pero precisamente por eso no se dualiza funcionalmente con ningún acto o hábito humano en exclusiva, sino que atraviesa todo el saber, incluidos los hábitos innatos, y acompaña incluso al ser personal; se sitúa en la esencia, pero su alcance cognoscitivo llega hasta el plano trascendental. En resumen, se sabe cómo funciona, pero no se sabe bien qué es el abandono del límite, y, aunque se lo sitúe en la esencia, parece alterar el orden normal entre la esencia y el ser humanos, es decir, parece romper la congruencia: conoce por encima y por debajo de su status humano.

 

¿Qué realidad le corresponde al método? ¿Cómo es que estando situado en la esencia puede saber acerca de lo que está por encima? ¿Cómo, si lo suyo sería mirar hacia abajo, puede saber acerca de sí e incluso buscar hacia arriba sin eliminar la dualización? ¿Cómo, si es capaz de ir cognoscitivamente más allá de su status antropológico, puede llegarse también más acá de él sin quebrarse?

 

 

III.                 ¿Qué acto es el método del abandono del límite para la antropología que resulta del abandono del límite?

 

 

Como dije al principio, Polo nos advierte de que no debemos encarnizarnos en preguntar sobre la índole del método:

 

La consideración del conocimiento simbólico evita también encarnizarse en una pregunta sobre la índole del método propuesto, pues esta actitud interrogativa lleva casi inevitablemente a una solución reflexiva que, como he dicho muchas veces, no considero pertinente[19]. 

 

Ese «casi inevitablemente» deja un exiguo margen para que el preguntar no desemboque en reflexión, pero procuraré atenerme a él, pues según dije al principio, el examen al que quiero someter la novedad del método de Polo es el de la congruencia. ¿Es congruente que el método del abandono del límite indague sobre sí mismo? No. ¿Es congruente que el abandono del límite tenga conocimiento sobre su propio proceder? Sí[20], siempre que no caiga en el sí mismo como si fuera un límite, ni por tanto como si fuera único. Hemos, pues, de perder el temor a que el conocimiento del abandono del límite se convierta en una intuición de sí mismo[21].

 

Como método, el abandono es un acto[22], un acto de conocer, no de ser, y un acto que se olvida de sí[23], que participa del ver-yo, y que tiene la índole de los hábitos[24], sin ser un hábito innato (como el ver-yo), puesto que es intermitente[25], en lo cual se asimila a las operaciones intelectuales[26]. Podría decirse, pues, que es un hábito[27] adquirido y que afecta directamente al ver-yo innato.

 

Pero si es un hábito adquirido que no tiene correspondencia con ningún otro acto aislado, sino que los atraviesa o los acompaña a todos, puede parecer un hábito «único». Que no sea único en ninguna de sus dimensiones quedó sentado en el primer apartado: es sencillamente un hábito distinto a todos los otros. La distinción es requisito, no obstáculo, para la congruencia; la unicidad o mismidad sí sería un obstáculo. El abandono del límite no es nunca el mismo, sino el abandono de la mismidad. En eso radica su novedad, que es como una novación inacabable. Mas, entonces, ¿cómo puede tener conocimiento sobre su índole y proceder? Desde luego, no por sí mismo.

 

Mi propuesta es que tiene noticia de su índole y proceder como fruto de un don proveniente de la fe revelada, o sea, por la fe en los temas revelados. Según esto, se trataría de un hábito adquirido donalmente al prestar la inteligencia su obsequio a la revelación cristiana. El don consistiría en darse cuenta de la proseguibilidad del saber humano cuando éste se confía al saber divino. Este don, al igual que todos los dones que derivan de la revelación, no es paralizante de la actividad mental, sino estimulante para ella. Pondré algunos ejemplos. Cuando se acepta la revelación de la creación, el intelecto humano se da cuenta de que, en realidad, eso concuerda con todas las indicaciones racionales, hasta el punto de que, una vez conocida por revelación, la inteligencia humana la atisba como la prolongación natural de toda su búsqueda de la ultimidad mundana. Pasa algo semejante con la revelación de que la verdad es una persona[28]; una vez que se cree, la inteligencia se da cuenta de que, si yo –que busco la verdad– soy persona, la verdad que me trasciende no puede ser menos que yo, ha de ser persona. Pues bien, de un modo semejante, y aún más directo, si cuando cree el hombre en la revelación cristiana el saber humano prosigue y se amplia sin perder nada, entonces la inteligencia humana creyente vislumbra que precisamente la prosecución del saber es su verdadera meta en vez de la evidencia objetiva, que lo detiene y le hace desconfiar de la verdad como trascendental. Entonces se vuelve «connatural» dirigir la atención a lo que detiene el saber, para, una vez detectado, abandonarlo sin volver a incurrir en detención alguna, pero también sin prescindir de nada sabido más que en lo que tiene de detención. Esto no lo tengo ya que creer, sino que lo veo por mí mismo, y, a la vez que lo veo, me induce a renunciar a la vana pretensión de convertirlo todo en evidente, mediante un fortalecimiento de la esperanza intelectual: puedo confiar en la verdad de tal manera que nunca intente detener mi saber respecto de ella. Lo donal aquí sería tanto el descubrimiento de la insondabilidad de la verdad como el estímulo para no decaer de una esperanzada búsqueda sin término.

 

Que el abandono del límite sea, como digo, donal se puede entender por dos indicios: el primero es que el abandono no elimina el límite, sino que lo aprovecha, integrándolo en la prosecución del saber. Es propio del dar puro no generar pérdidas, y el abandono del límite no pierde ni desecha nada, a no ser la propia limitación (que es precisamente una forma de pérdida); el segundo indicio es que el dar puro es aquella actividad que no puede ser detectada como distinta del don, porque no se dobla-con ni se aparta-de lo donado, sino que lo hace ser desde dentro sin marginarlo; y el abandono del límite no se dobla con ni se aparta de las operaciones, hábitos, y actos intelectuales, sólo los hace traslucir.

 

Es muy importante entender bien lo que acontece con este don, porque el abandono del límite no es un tercero en discordia que, al mediar, se incruste entre los mediados. Si fuera así, en vez de ser un método prosecutivo del conocimiento, introduciría una complicación que llevaría a un inane proceso al infinito. Polo lo advierte claramente: “Ante todo, indicaré que el abandono del límite no es un acto distinto que verse sobre los temas de los hábitos innatos, ya que entenderlo así da lugar a un proceso al infinito[29]. Aunque el texto haga referencia sólo a los hábitos innatos, ha de entenderse como válido para todos los actos conocidos mediante el abandono del límite: éste no es un acto distinto ni de las operaciones ni de los hábitos adquiridos ni de los hábitos innatos ni del intelecto personal, y que verse sobre sus respectivos temas, sino una intensificación cognoscitiva de dichos actos que los facilita y esclarece. Esto quiere decir que el abandono del límite no es el que introduce la dualización método-tema y que tampoco añade una dualización paralela a las anteriores (lo que generaría el proceso al infinito). El abandono del límite se pliega a las dualizaciones humanas y las hace trasparecer, pero sin aumentar la complejidad, antes bien simplificándola en un esquema congruencial[30].

 

El don recibido no suplanta nuestros actos y hábitos cognoscitivos[31], no nos quita ni nos disminuye funcionalmente, antes bien hace que la transparencia del intelecto personal redunde en nuestra esencia y la haga partícipe de su luz. En virtud de ello, el ver-yo trasparece para dejar entrever lo que es superior a él e incluso para intensificar el conocimiento de lo que es inferior a él. Como Polo dice, la filosofía clásica es un camino de irás y no volverás, pues desciende hasta las causas, pero no puede retornar desde ellas hasta el ver-yo; y lo mismo acontece a la filosofía medieval: asciende hasta la trascendencia, pero no vuelve desde ella a la esencia[32]. El abandono del límite permite redondear el periplo cognoscitivo, pero no a fuerza de ingenio propio, sino por don de la fe revelada, la cual no suprime nada, sino que pone en comunicación donal lo inferior con lo superior y lo superior con lo inferior. El don es recibido, pues, en directo por el intelecto personal, el cual comunica su transparencia al ápice de la esencia sin hacerle perder su peculiar iluminación, de manera que ésta se hace transparente para conocer los hábitos superiores, que así vuelven indirectamente sobre ella, y comunica su transparencia a los hábitos inferiores que también indirectamente retornan al ver-yo. El don se hace también reconocible en el conocimiento de lo inferior a la presencia mental, pues las luces iluminantes, que suelen tornar opaco lo potencialmente inteligible de las causas, dejan traslucir la universalidad y complejidad peculiares de éstas sin disolver la distancia entre lo espiritual y lo físico.

 

El don del abandono del límite puede ser descrito como una inversión funcional (añadida[33]) de los actos y hábitos cognoscitivos, justamente como entiendo ha sido la inversión aportada por la encarnación del Verbo, quien ha asumido a la más baja de las criaturas racionales para revelar lo más íntimo de Dios, la vida intratrinitaria, de manera que la esencia de Cristo es más alta que toda la creación entera[34].

 

De este modo se entiende que el abandono parezca situarse en un centro que no existe, pues funciona como un incremento de la intelección por comunicación de luces y como una inversión no reflexiva de las mismas. El abandono del límite no se dualiza con lo que él conoce, sino que acompaña con su luz las dualizaciones. Él no es dualmente con ningún acto humano natural, sino con los temas revelados, y no se cobra en dualizaciones nuevas, sino en intensificación lúcida de la sencillez de cada acto intelectual. Tanto es así que nos permite entender qué es la dualización en el orden del conocer y en el orden del ser.

 

En el orden del conocer, que es aquel en el que se mueve el abandono del límite, la dualización no es una división en dos ni una duplicación multiplicante, sino el hacerse otro cognoscitivo en el que reside la índole de la palabra (logos) como acto de conocimiento. La ductilidad o docilidad del acto de entender no es un hacerse físico ni un cambio óntico, sino el acoger cabe sí a lo otro (co-acto), el hacerse noticia de lo otro; no el tender hacia lo otro (voluntad), sino el abrir en el propio acto la alteridad sin perderse como acto. Polo ha puesto en relación el abandono del límite como método con el lenguaje[35], y una de las razones que atisbo para eso es la propia índole del entendimiento como palabra (interior). El abandono del límite no modifica esa índole del entender, sólo la deja trasparecer.

 

En el orden del ser, la dualización indica más que un ser dual un ser dualmente. Ser dual puede no significar sin más dualizarse. Ser dual puede ser entendido estática o predicativamente, pero eso desvirtuaría el ser del hombre como actividad. Lo propio del hombre viador es ser dualmente o dualizarse. Por eso las dualizaciones son muchas, aunque no ilimitadas. Si el hombre fuera dual predicativamente, entonces no se dualizaría en muchas dualizaciones, sino en una y no más. Por otro lado, la dualización tiene un doble término: uno por arriba y otro por abajo. Por arriba es la falta de réplica la que detiene las dualizaciones, por abajo es el cuerpo físico, que no se dualiza. Si la dualización se pudiera predicar del hombre, tampoco podría entenderse el acabamiento de éstas. Las dualizaciones tienen límite porque el hombre, aunque sea dualmente, no puede darse a sí mismo su plenitud: la plenitud no se dualiza.

 

Ahora bien, si se entiende desde el dar, tanto la pluralidad de dualizaciones como su limitación óntica se hacen transparentes. El dar es trinitariamente. El hombre es dualmente, pero está llamado a ser trinitariamente. Lo trinitario no suprime lo dualizante, lo acoge y plenifica. La persona humana es dualmente, pero el hombre perfecto no es dualmente, es trinitariamente[36]. El abandono del límite como don es un signo de esa plenificación, pues no elimina las dualizaciones, pero las ordena e integra en una simplicidad no reductiva. La indicación de que las dualizaciones obtenidas por el abandono del límite tienen imperfecciones (imposibilidad de intensificar la luz transparente; dificultad para advertir la índole del principio de causalidad; alternancia entre las prioridades del ver-yo y del querer-yo[37]), nos avisa de que tales imperfecciones no se deben al carácter donal (transparente) del abandono, sino a su plegarse a las dualizaciones, que no equivalen a la plenitud del ser humano, sino a su perfectibilidad por inclusión en lo trinitario.

 

La gran objeción que estimo se puede oponer a mi propuesta es la de que, de acuerdo con lo dicho, quien no crea en la revelación cristiana no puede abandonar el límite, pues no recibirá ese don. Sin embargo, no es así. Por ser un don de la verdad cristiana, y de modo parecido a lo que acontece con la creación y con la personalización de la verdad, una vez que la inteligencia es puesta en marcha y hace suyos esos dones, éstos se le comunican, haciendo comunicable su luz. Dicho de modo breve: la donalidad se incorpora al método. Precisamente en la medida en que es comunicable puede entenderse mejor que el abandono del límite sea, como dice Polo, afín al lenguaje: la palabra interior abre el camino a la comunicación ad extra[38]. El método no necesita empezar en cada caso por la fe cristiana, puesto que el don se comunica al método o modo de entender, el cual consiste en detectar el límite en condiciones de abandonarlo. Muchos filósofos e incluso no filósofos han detectado el límite mental por la sola luz de la razón, pero sólo a este método le es dado abandonarlo[39]. Sin embargo, no es preciso que los demás empiecen subjetivamente por donde Polo empezó[40], basta con desplegar la congruencia del método propuesto para poder entenderlo y proseguirlo, porque él conecta con la luz esencial de la razón y le comunica su propia donalidad.

 

Esta luz habitual adquirida como don desde la fe cristiana, pero comunicable incluso a quien no la tiene, aunque no es un hábito adquirido por el ejercicio del ver-yo, afecta precisamente al ver-yo haciéndolo trasparecer en su dependencia como sindéresis en dualidad con el querer-yo. Es una luz donal que recae sobre la luz iluminante, pero cuando una luz es alumbrada por otra superior se vuelve transparente. La transparencia es propia del intelecto personal en cuanto que está incluido atópicamente en el ámbito de la amplitud irrestricta, a ella le corresponde una actividad de búsqueda existencial, separada de todo encontrar, que por don se le comunica ahora al ver-yo en la forma de búsqueda sin límite de temas, que es lo que define al método del abandono del límite[41] y a la filosofía. De este modo se refuerza, por un lado, la esperanza de encontrar lo que se busca, en la otra vida, y se consigue, por otro, encontrar sin mirar, en ésta, e incluso encontrar mirando[42].

 

En resumen, el abandono del límite es un hábito cognoscitivo adquirible como consecuencia del don de la revelación cristiana, aunque no haga falta empezar por creer en ella para poder desplegarlo, puesto que la donalidad se transfiere, por comunicación interna, al método. Este hábito afecta al ver-yo, hábito innato y ápice (junto con el querer-yo) de la esencia humana, y le afecta como un incremento de la libertad esencial que le es propia. La luz del abandono del límite viene de fuera, pero a través del núcleo del saber, en la forma de un hábito adquirido por don de la fe en la revelación cristiana o de la comunicación de ella derivada, de manera que transfiere al «ver-yo» una transparencia que no le pertenece a él, sino al intelecto personal, y que le permite proseguir el saber detenido por la presencia mental. El ver-yo no se ve a sí mismo, sino que trasparece a la luz no iluminante, pero sí buscadora, del intelecto personal, que es lo que trasparece por sí. Ese trasparecer comunicado, que no se dualiza con la noticia del yo suministrada por el querer-yo, sino que sólo la intensifica, deja en claro que la dependencia del ver-yo está llamada a alcanzar el nivel de los otros hábitos innatos[43] y de los trascendentales humanos (e incluso más allá), pues funcionalmente llega a atisbar en forma de temas lo que le es ontológicamente superior. Los trascendentales, sólo indicados de modo obscuro desde el ver-yo, se abren así a la consideración temática por parte de la esencia del hombre, que les es inferior[44]. A su vez, el encontrar propio de la esencia se vuelve indagador, buscador, introduciendo en el ver-yo esencial una transparencia que le facilita el ver a través de la cascada de actos retornantes a él; y también gracias a esa búsqueda consigue trasformar la pugna con las causas extramentales en conocimiento que no las objetiva ni se contamina de ellas[45].

 

 

IV Conclusión

 

 

En los apartados precedentes he sometido al examen de la congruencia el método del abandono del límite. En el primer apartado he encontrado tres características básicas del abandono del límite como método cognoscitivo: (i) que se propone como conveniente o libremente desarrollable, (ii) que no pretende ser único, sino plural, y (iii) que de este modo resulta compatible con todos los otros métodos cognoscitivos, de los que sólo elimina su detención, y a los que aporta ampliaciones temáticas inéditas que en nada los merma, pero sí los mejora. En el segundo he hallado que el abandono del límite procede dualizándose congruentemente junto a los actos cognoscitivos y a los temas, pero que no es ni la dualización ni la congruencia, sino una cierta inversión del orden que la propia dualización método-tema introduce, por lo que sale a la luz el problema de su ser. En el tercero he propuesto que el abandono es donal, proviene de un don que se le transfiere donalmente, y consiste en una luz de la índole de los hábitos, pero que no interfiere en lo alumbrado ni multiplica sus dualizaciones, sólo aumenta la intensidad cognoscitiva de los actos y la lucidez de los temas.

 

Precisamente, la donalidad de su índole concuerda con la libertad de su uso, con la pluralidad de sus modos, y con su compatibilidad ampliadora respecto de los otros métodos. Por otra parte, al ser don recibido requiere un donante con el cual se dualice, pero sin multiplicar las dualizaciones, antes bien poniéndole coto, puesto que el donante no es dualmente, sino trinitariamente, respecto del don. Por eso, aunque el don se añade a las dualizaciones humanas no se añade como una dualización ulterior, sino como una luz que las acompaña y resume.

 

Queda así de manifiesto que el abandono del límite se propone como congruente, procede con congruencia y es de la índole (donal) de la congruencia. Como método, es congruente con los hallazgos de todos los demás métodos, y por consiguiente, con la historia de la filosofía y con la altura histórica que en ella nos corresponde, puesto que da razón de todos los pasos dados en ella, y los aprovecha y continúa en la medida en que lo permiten; es congruente con la realidad (dualizante) del hombre y con la realidad plural del mundo; y es congruente en su propia realidad por su índole donal. De modo que este método no sólo supera el examen de la congruencia, sino que nos descubre cómo debe ser la congruencia. Normalmente, ésta es confundida con la mera coherencia lógica, siendo entendida como un requisito meramente formal, pero el abandono del límite nos enseña que la congruencia ha de ser integral para estar a la altura de la verdad, de la que es indicio inequívoco.

 

La filosofía ha vivido desde sus inicios con una franca desconfianza respecto de la capacidad del hombre para conocer la verdad real. Esa desconfianza se muestra en la descalificación de las apariencias y en la búsqueda de señas o criterios para reconocerla. Polo ha sabido detectar en el límite mental la razón de dicha desconfianza, y al detectarla ha descubierto la posibilidad de, abandonando dicho límite, recuperar para el hombre la confianza perdida en relación con el conocimiento de la realidad.

 

Mientras el entendimiento sigue aferrado al límite mental, la piedra de toque de la verdad es la evidencia objetiva, pero la evidencia es un criterio limitado: no hay evidencia de la evidencia. La evidencia oculta el haber y hace patente lo evidente, de manera que es atribuida a lo evidente, arrastrando al objetivismo, hasta el punto de reducir al objeto el saber y su núcleo. Es lo que les acontece a los científicos: los físicos creen que ellos mismos no son más que un conjunto de energías, los químicos piensan que son un conjunto de substancias químicas, los biólogos que son un conjunto de células, etc. Si sólo fuera verdad lo evidente, entonces no existiría nadie para quien fuera verdad lo evidente, y, por lo tanto, tampoco existiría lo evidente. Polo no sólo ha detectado la limitación del conocimiento objetivo, sino que ha abierto el camino para una posible ampliación del saber que haga innecesaria la desconfianza que va implícita en el establecimiento de demostraciones, pruebas o criterios para conocer la realidad.

 

Al abandonar el límite desaparece la desconfianza para con el conocimiento de lo real por parte del hombre, y surge lúcida la congruencia como indicio real de la verdad. La congruencia es nocionalmente plural: para «con-gruere» hace falta el concurso de varios distintos, así como su convenir real. Pero, además, la congruencia es de índole donal, es decir, es sobrante, no quita ni hace perder nada y no se añade como un elemento extraño a los propios congruentes. La congruencia no es excluyente de nada, sino distribuidora y jerarquizadora del saber y de lo real. La congruencia es un indicio real de la verdad, porque la verdad tiene en su índole el convenir con el ser y el redundar con él en el amor.

 

En conclusión, el método del abandono del límite no sólo pasa el examen de la congruencia, sino que lo hace de modo tan congruente que da paso al descubrimiento de que la congruencia es un carácter intrínseco de la verdad.

 

 



[1] El «prueba y verás» es un procedimiento práctico que pone el hacer por delante del saber. Aunque la acción sea requerida, no debe ser lo primero, sino que ha de ir antecedida por el saber, pues las experiencias que no se guían por el saber pueden resultar letales, tanto para el cuerpo como para el espíritu. El diablo engañó de ese modo a nuestros primeros padres (probad del fruto del árbol prohibido y seréis como dioses). Ni siquiera en la práctica podemos funcionar así. Para ponernos una untura o tomar un medicamento, hemos de poder confiar en quien nos los recomienda, o en todo caso conseguir una prueba de su inocuidad. Cuando s. Pablo nos dice “probadlo todo, quedaos con lo bueno” (1 Te 5, 21), añade inmediatamente: “huid de toda apariencia de mal” (Ibid. 22). Ese «probad (dokimaçete)» significa «someted a prueba», de ningún modo significa «haced experiencia de todo», sino examinadlo todo, quedaos con lo bueno y huid de todo lo que parezca malo. Lo malo no puede ser probado en la práctica, pues nos hace malos, y para evitarlo se requiere un examen atento y previo realizado por el saber.

[2] Antropología trascendental, II, Eunsa, Pamplona, 2003, 224. Cfr. Antropología trascendental, I, Eunsa, Pamplona, 1999, 35.

[3] Por lo demás, el abandono del límite mental no se debe contraponer al conocimiento limitado, pues en otro caso habría que describirlo como un conocimiento ilimitado. Pero esta diferencia no es del todo correcta. Detectar el límite mental permite abandonarlo, es decir, acceder a una temática a la que de otra manera no se llega, pero no por eso es un saber absoluto: es una continuación y una ampliación, pero no el final de la filosofía” (Antropología, I, 125).

[4] Antropología, II, 68

[5] En rigor, el abandono del límite mental en ningún momento de la vida es completo, pues en otro caso no cabría hablar de advertir el Origen insondable y de alcanzar el carácter de además, ni de esencia inagotable; los temas buscados por la libertad no se agotan nunca, pues la libertad trascendental no desfuturiza el futuro. Triste cosa sería que la libertad se acabara o que los discípulos incurrieran en repetición” (Antropología , II, 224).

[6] Antropología, I, 29.

[7] Antropología, I, 15.

[8] Nietzsche como pensador de dualidades, Eunsa, Pamplona, 2005, 229 y 321.

[9] Cfr. Quién es el hombre, Rialp, 5ª ed., Madrid, 2003, 66 ss; Ética, Unión Editorial, Madrid, 1996, 108 ss.; Antropología de la acción directiva, Unión editorial, Madrid, 1997, 13 ss.; «La cibernética como lógica de la vida», en Studia Poliana 2002, 9-17.

[10] Espinosa lo pensó sin formularlo; Schelling lo formuló: "Was man weist, muss, man ganz und durchein wissen; es gibt kein halbes wissen, oder viel mehr ein halbes Wissen ist gar kein wissen", Schellings Werke, Munchener Jubiläumsdruck, 1979, I, 385), Hegel intentó realizarlo: “Das Wahre ist das Ganze” (Phänomenologie des Geistes, Vorrede, G:W.F. Hegel Werke, Suhrkamp Verlag, 1983, 3, 24)

[11] Cfr. I.Falgueras, «El concepto de sistema en Schelling», en Los comienzos filosóficos de Schelling, ed. I.FALGUERAS, Universidad de Málaga, Málaga, 1988, 63-64.

[12] ¿Qué es filosofía?, Revista de Occidente, Madrid, séptima edición, 1971, Lección I, 18.

[13] Según esto, se distinguen las luces iluminantes y la transparencia del intelecto personal, que es la más separada, puesto que busca el tema que la transciende. Las luces iluminantes encuentran su tema: ésta es su distinción con la luz transparente. La luz iluminante llamada hábito de los primeros principios se distingue netamente de sus temas, a los que es inferior. En cambio, la luz iluminante que se llama ver-yo se distingue de temas que son inferiores a él. Insisto: la temática del hábito de los primeros principios y la del hábito de sabiduría es superior a ellos, pero el primer hábito es luz iluminante y el segundo luz transparente, que por solidaridad con su tema —carente de réplica— puede describirse como ‘buscar-se’. La luz iluminante que es ver-yo es superior a los temas que suscita en cascada. Esa cascada es descendente hasta la inteligencia, y ascendente en tanto que suscita actos, los cuales también son luces iluminantes; el grado mínimo de iluminación corresponde al objeto intencional, el cual ilumina lo que ya no es una iluminación. Con otras palabras, el límite de la iluminación es iluminante, pero su término intencional no lo es. De esta manera se logra otra descripción del límite mental, de acuerdo con la cual la presencia mental se describe como guarda de la iluminación, es decir, de la manifestación esencial” (Antropología, II, 20-21).

[14] En suma, los actos intelectuales esenciales —operaciones, hábitos adquiridos y hábito innato de sindéresis— son superiores a su tema. En cambio, el hábito de los primeros principios, el hábito de sabiduría y el intelecto personal son inferiores a su tema. Atendiendo a lo que se acaba de decir quedan ordenadas las cuatro dimensiones del abandono del límite mental. Asimismo, la superioridad del acto sobre su tema sólo es posible por y como extensión de la libertad”. (Antropología, II, 20 en nota 33).

[15] Sin el conocimiento habitual es imposible detectar la presencia mental” (Curso de teoría del Conocimiento,  II, Eunsa, 2ª edición, Pamplona, 1989, 197); ahora bien, “abandonar el límite no está por encima de la capacidad humana”, (Curso de teoría,  II, 198; y, por consiguiente, “la presencia mental no es lo más alto” (Curso de teoría,  II 199). En suma, el abandono del límite es un conocimiento habitual superior a la presencia mental.

[16] Antropología, II, 239-240. Nótese que el crecimiento es propio de la esencia humana.

[17] El proceso al infinito al ser horizontal sólo puede resolverse desde arriba, y sosteniendo que ningún nivel intelectual es empírico ni temporal. Por lo demás, ésta es la solución tomista al problema del huevo y la gallina” (Antropología, II, 224 en nota 278).

[18] La distinción real del ser con la esencia se perfila netamente en antropología. Asimismo, explicar el límite mental suscitándolo, es decir, abandonarlo quedando en él, es la manera más directa de abandonarlo” (Antropología, II, 63, nota 63).

[19] Nietzsche, 216.

[20] “¿Qué significa darse cuenta de un método que es la continuación de la perennidad de la filosofía y al que se apuesta la prosecución del propio filosofar? Sin duda, cabe noticia de ese método, con el cual no se sacrifica el conocimiento objetivo; además, sin objetivar no cabe escribir libros. Pero si las ideas y las noticias no informaran de que el conocimiento objetivo es limitado, la tarea de abandonarlo no se emprendería”. (Antropología, II, 224).

[21] Pero precisamente en ello reside la utilidad del idealismo para la detectación del límite mental y su abandono en antropología. Tal utilidad permanece sin aprovechar en el horrorizado rechazo del planteamiento idealista por temor a perder la realidad –o la fe–. Dicho aprovechamiento exige desechar el temor a quedar prendido en la intuición de sí mismo al estudiarla. El idealismo pone sobre el tapete, de señalada manera, la cues­tión del límite mental, cuya detectación es imprescindible para la conti­nuación de la filosofía tradicional. Insisto, la detectación del límite mental no es independiente de la tarea de superar el idealismo“ (Antropología, I, 15).

[22] Antropología, I, 103.

[23] Por otra parte, el abandono del límite mental tendría que ser un acto que se olvida de sí, es decir, suscitado por ver-yo, o bien una noticia moral” (Antropología, II, 224).

[24] Nótese que el abandono del límite mental no es propiamente una tarea, porque se lleva a cabo en forma de hábito: libremente” (Antropología, II, 273).

[25] Antropología, II, 300.

[26] Antropología, II, 66.

[27] Dicha limitación puede ser detectada desde los hábitos intelec­tuales, que son los actos cognoscitivos superiores a las operaciones” (Antropología, I, 26).

[28] Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).

[29] Antropología, II, 299-300.

[30] Metódicamente, el abandono del límite es algo así como un resumen de los hábitos innatos” (Antropología, II, 300).

[31] Ningún hábito suplanta a otro” (Antropología, II, 79), parece, pues, que el abandono del límite es como cualquier otro hábito, pero lo novedoso del abandono es que no sólo no suplanta al que le es inferior, sino a ningún otro acto ni hábito, aunque deje trasparecer a uno superior.

[32] Llama la atención que la filosofía tradicional es un camino de ida que no vuelve. Es conveniente investigar el camino de vuelta. Estimo que el camino de ida es la búsqueda personal, la cual, como advertí en el Tomo I de esta investigación, es superior al método propuesto. El camino de vuelta desde el intelecto personal es otear desde arriba llegando hasta el darse cuenta” (Antropología, II, 241-242); cfr. El Acceso (2ª edición), 109.

[33] Digo «inversión funcional» porque el abandono del límite permite un encontrar sin mirar (Antropología, II, 221, 223-224, 241) y un crecimiento de la extensión de la libertad trascendental en la esencia. Digo «añadida» porque no quita nada ni a lo que es superior ni a lo que es inferior, sino que lo dota de capacidades adicionales de comunicación.

[34] Remito al lector interesado en ampliar este punto a mi obra El Cántico de Salomón, todavía en prensa.

[35] Si se tiene en cuenta que el abandono se formula lingüísticamente, es preciso admitir que el método propuesto y el lenguaje son afines. Pero esto sugiere que metódicamente el abandono del límite mental es algo así como un resumen de los hábitos innatos” (Antropología, II, 300).

[36] Cristo, que es el hombre perfecto, es trinitario por asumición de la dualidad humana, o sea, al ser convertido en verbo del Verbo. La palabra divina no es meramente dualizante, aunque sea imagen del Padre, es también e inseparablemente (junto con el Padre) principio del Espíritu.

[37] Antropología, II, 300.

[38] El lenguaje es muy importante para el abandono del límite mental, pues lo logrado con este método debe expresarse. A este respecto conviene resaltar la función simbólica del lenguaje que el logicismo suele olvidar” (Antropología, II, 35).

[39] El método propuesto es un crecimiento de la libertad de la detectación del límite que permite abandonarlo: cabe detectarlo sin que se den las condiciones precisas para abandonarlo, que son su depender de la libertad trascendental. No aceptar esta dependencia detiene el método en la detectación del límite mental, la cual es bastante común, y no sólo entre los filósofos. Es la interpretación de la libertad como independiente o autónoma, que es una pretensión inferior a las redundancias que son los símbolos y las noticias. Por lo demás, la vida práctica es en cierto modo autónoma, por lo que en ella no se abandona el límite mental” (Antropología, II, 239). Cfr. Ibid. 240.

[40] Datar el abandono del límite mental dentro de la propia biografía o en la de los que lo aceptan conlleva un prurito de originalidad que detiene la libre búsqueda de temas” (Antropología, II, 224)

[41] Por no ser necesario sino libre, el abandono del límite mental es un método en búsqueda de temas, pues de suyo la libertad no se dobla con temas; de ahí que el método propuesto sea una novedad. La libertad trascendental anima la búsqueda de réplica, y su extensión el encuentro que no mira y la sindéresis. En los hábitos innatos la libertad sigue siendo novedosa, pues esos actos proceden de la persona. El abandono del límite enlaza con ellos sin dificultad” (Antropología, II, 224).

[42] A mi parecer, la nueva creación de la persona permite este crecimiento de la libertad, pues la iniciativa creadora de la Identidad Originaria puede ser encontrada —mirada—, lo que supera la advertencia de los primeros principios” (Antropología, II, 240).

[43] Antropología, II, 299.

[44] El carácter donal del abandono del límite se muestra también en que requiere de un reforzamiento, por parte del creyente, de la fe que lo otorga, para poder proseguir en el conocimiento de los trascendentales. Polo lo sugiere en la Antropología I, cuya dependencia de la fe revelada es mayor que en el caso de los trascendentales mundanos, los cuales también son ilustrados como tales trascendentales por la noción revelada de creación.

[45]Entiendo por contaminación la interpretación causal del propio conocer.