EL HUEVO O LA GALLINA

 

IGNACIO FALGUERAS SALINAS

Universidad de Málaga

 

Resumen

Un atento examen de la conocida y problemática cuestión «¿qué es antes el huevo o la gallina?» sirve, en este breve escrito, de introducción metodológica al estudio filosófico de la vida orgánica. Una vez señalado lo incorrecto de la disyunción, se procede, mediante sucesivas ampliaciones, a una profundización teórica en sus implícitos, y, finalmente, a la detección del supuesto que la problematiza y que reside en el sentido pretendidamente unívoco del «antes». La multiplicidad de sentidos reales de la anterioridad pone de manifiesto que el método adecuado para entender la vida orgánica es el método sistémico.

 

Palabras clave

Teoría de la vida - Cosmología - Antropología - Método sistémico

 

Abstract

A carefull study of the popular puzzle «what comes first, the chicken or the egg?» will serve in this short paper as a methodological introduction for the philosophical theory of organic life. After pointing that this disjunction is incorrect, I will arrive, by means of successive amplifications, at an in-depth theoretical study of their assumptions, and, eventually, at the disclosure of the implicit aspects that make its understanding problematic and which are rooted in the supposed univocal meaning of «first». The multiplicity of actual meanings of priority makes clear that the systemic method is the appropriate one in order to understand organic life.

 

Keywords

Theorie of Life - Cosmology - Anthropology - Sistemic Method.

 

 

¿Qué es antes el huevo o la gallina? Este archiconocido problema es un archisupuesto problema, es decir, un problema no suficientemente pensado.

 

Se supone que la gallina es aquel individuo del género femenino (de la especie «gallináceas») al que incumbe el poner los huevos, y que los huevos son los individuos nuevos. Pero la gallina fue antes huevo. Por tanto, si la gallina es anterior porque pone los huevos, el huevo es anterior porque sin huevo no hay gallina. El problema no parece tener solución, pero sólo porque se plantea ingenua y confusamente.

 

Ante todo, en la pregunta ¿qué es antes el huevo o la gallina? nada me obliga a pensar que se trata de dos individuos distintos. En realidad, el huevo y la gallina son dos fases de un mismo individuo orgánico. La gallina es sólo la maduración del huevo, una fase posterior del mismo individuo. Como son dos fases de un mismo individuo, no existe entre ellas ninguna oposición ni otra diferencia que la temporal. Respecto del individuo no cabe duda: antes es huevo meramente fecundado que huevo completamente desarrollado. En este caso, ni el huevo ni la gallina son individuos distintos, uno anterior al otro, porque el huevo fecundado es ya la gallina, sólo que en una fase de inicial inmadurez. Por todo lo cual no cabe la disyuntiva «huevo o gallina», sino primero huevo y, después, gallina.

 

Sabemos que quienes plantean la pregunta suelen insistir diciendo: ¿y de dónde procede el huevo, si no es de una gallina? Si es verdad, como he dicho, que la pregunta no impide ser entendida en referencia a un mismo individuo, es también cierto, sin embargo, que puede ser referida a individuos distintos. El huevo es ya la gallina, pero esa gallina no se pone ella misma, sino que pone el huevo de otro individuo gallináceo. De manera que, si la pregunta se plantea como relación entre individuos distintos, resulta igualmente eliminada cualquier duda para su solución: primero es la gallina, o individuo que pone el huevo, y luego es el huevo puesto, que –si está fecundado– es otro individuo (posterior) de la misma especie. Tampoco aquí cabe, pues, la disyuntiva «huevo o gallina», sino: primero el individuo (maduro) gallina y después el individuo (que empieza en fase de) huevo.

 

Parece, pues, que, al considerarlo por partes, se nos ha disuelto el problema. Está claro que, en un individuo, antes es la fase de huevo que la de adulto; está claro que, entre individuos distintos, antes son los adultos que los huevos. El problema surge sólo si, oscilando en mi atención, al referirme ora al desarrollo de un individuo como tal, ora a la procreación de un nuevo individuo, creo seguir atendiendo a lo mismo. Por eso el falso dilema «¿qué es antes el huevo o la gallina?» me paraliza. Cuando, atiendo a que uno, antes de madurar como ser vivo, ha de haber progresado desde la inmadurez vital, contesto a la pregunta diciendo que antes es el huevo, pero entonces se me llama la atención sobre el hecho de que los individuos vivos proceden unos de otros; y cuando, en atención a que los individuos vivos procedemos unos de otros, contesto que antes es la gallina, entonces se me llama la atención sobre el hecho de que los individuos vivos maduran desde el estado de inmadurez. El engaño se produce cuando planteo como si fueran una misma y sola dos cuestiones diversas. Al hacerlo, se introduce la disyuntiva, que no existe más que en mi confusa unificación de cuestiones. La confusión consiste en la pretensión de homogeneizar o totalizar los ingredientes de la vida, más en concreto en intentar que crecimiento y generación se hayan de poner en una única fila, uno detrás de otro, de manera que uno derive del otro. Tal confusión aparece en la pregunta como un círculo implícito. Entre el huevo y la gallina reales el círculo no existe, puesto que una cosa es el desarrollo o crecimiento de un ser vivo y otra su generación; y si no existe el círculo, entonces tampoco existe la disyuntiva, de manera que, en vez de poner como título «El huevo o la gallina», lo correcto habría sido titular este trabajo «El huevo y la gallina».

 

Sin embargo, el problema no se ha agotado, pues admite formulaciones más complejas. Para ampliar horizontes, introduciré ahora la variante (imaginaria) que llamaré «sexista».

 

La variante «sexista» -permítaseme la broma- del problema del huevo y la gallina sonaría así ¿qué es antes el gallo o la gallina? La solución (fingidamente) «feminista» a la pregunta sería que la gallina, versión femenina de la especie, es anterior al huevo, sea éste macho o hembra, y por tanto al gallo. Es obvio que la gallina es la que pone el huevo del que nacerá otra gallina, y –en esta versión imaginariamente «feminista»– sólo accidentalmente un gallito, al que le corresponde un papel marginal en el mantenimiento de la especie, porque gracias a la función fundamental de las gallinas existe y perdura la especie. En efecto –razonaría esta variante–, si bien los huevos fecundados pueden ser machos o hembras, la continuidad de la especie parece estar garantizada sólo por la línea de las hembras (ponedoras de huevos), no así por la de los machos. En consecuencia, el individuo femenino es anterior al masculino, y es aquel sobre el que gravita la continuidad de la especie.

 

Naturalmente, una cosa es que, en la tarea del mantenimiento de la especie de los animales superiores, a lo femenino le competa cierto papel nutricio adicional (formación del óvulo[1], gestación, amamantamiento, etc.), y otra que en la estricta reproducción lo femenino tenga un papel más importante. Dentro de la reproducción sexuada más altamente desarrollada, las especies superiores se caracterizan por tener dos tipos de individuos, los femeninos y los masculinos, igualmente necesarios para la reproducción, en la medida en que contribuyen a ella a partes iguales, a saber, con una trasmisión haploide del código genético que luego da lugar a un individuo con una dotación genética diploide. Por tanto, sería falso decir que sólo la gallina (individuo femenino) es anterior al huevo, lo anterior son los progenitores. Pero para ser progenitores la condición inexcusable es la interfecundidad, o sea, el pertenecer a la misma especie.

 

Como digo, en la reproducción, los individuos generantes aportan cada uno la información genética (específica e individual), pero de modo simple, mientras que el individuo generado ha de poseer la información genética por duplicado. Siendo así, queda claro que los individuos vivos sexualmente diferenciados tienen el doble de información genética que los gametos en los que se contiene la información de la especie y por cuyo medio se realiza la reproducción. Por consiguiente, individuo y especie difieren por lo que hace a la dotación genética: la especie (cada gameto) es informativamente más simple que el individuo, o, lo que es equivalente, el huevo fecundado es más rico en información que el huevo sin fecundar (gameto femenino).

 

Así pues, la versión «sexista», aunque propuesta sólo como hipótesis de trabajo, nos ha servido para introducir una variante, a saber: una consideración más detallada de la reproducción, con la cual entra en juego, se quiera o no, la consideración de la especie. Pero entonces se nos abre el siguiente problema: ¿qué es anterior, el individuo diferenciado sexualmente (masculino, femenino) o la especie? De nuevo estamos ante un problema similar al del huevo o la gallina: el individuo es diferenciado sexualmente por la especie, y la especie se trasmite por individuos sexualmente diferenciados. Por lo tanto, la pregunta ¿qué es antes, la diferenciación sexual o la especie? equivale a preguntar ¿qué es antes, el individuo o la especie? La alternancia entre la consideración de la vida en un solo individuo y la consideración de la trasmisión de la vida orgánica entre individuos distintos ha sido substituída por una consideración de la vida orgánica en general. Se admite que la vida requiere tanto lo individual como lo específico, pero se cuestiona cuál de esas dos dimensiones de la vida es anterior. Ésta sí parece una cuestión con mayor calado.

 

La pregunta se puede verter del siguiente modo: ¿qué es lo primero en la evolución de las especies, el huevo o la gallina, la especie o el individuo? La doctrina evolucionista ha dado las dos respuestas. El evolucionismo de Darwin atribuye a las variaciones adaptativas del individuo la formación de una especie nueva (cambio continuo). Por tanto, para él, primero es la gallina o el individuo. En cambio, el evolucionismo más actual atribuye a cambios aleatorios del código genético en el gameto el salto entre especies (cambio discontinuo), por tanto para él antes es el huevo, que –en el caso– vale por la especie.

 

Sólo que esta formulación del problema es ahora más compleja, pues hablamos a la vez de la generación de especies y de individuos. Según el darwinismo, los individuos generan a los individuos y a las especies por el mismo medio, a saber, mediante la trasmisión del código genético, y además de modo no diferente, pues el cambio de especie se debe a las pequeñas variaciones de los individuos singulares que se transmiten por vía de reproducción junto con la información genética básica, hasta que –por acumulación– en un momento dado se deja ver el cambio. El individuo, aquí, es anterior a la generación de otro individuo y de la especie nueva. En cambio, según la teoría evolucionista más actual, la generación de individuos se hace por trasmisión del código genético sin cambios, y la de las especies por el mismo medio, pero con cambios que afectan directamente a la información genética. La información genética de la especie estaría expuesta al influjo del medio, quedando situada en un estadio intermedio (gameto) entre el individuo progenitor y el individuo generado[2]. Lo que tienen en común ambos planteamientos es que, para ellos, la evolución es posible gracias a la reproducción, y como la evolución es, para ellos, la característica más notable de la vida, entonces la reproducción es la operación más importante del ser vivo[3].

 

Por tanto, el evolucionismo lleva implícitas cuestiones no suficientemente dilucidadas como:  ¿qué es antes, el gameto o el individuo?, ¿qué es antes, el código genético o la reproducción? Ahora ya no preguntamos por relaciones externas, sino por ingredientes de la vida: ¿es todo, en el individuo, puro despliegue del código genético, o más bien el código genético es sólo un resultado de la vida individual?, ¿ha sido todo código genético mero término de un proceso reproductivo, o la reproducción es sólo una función del código genético?

 

No por ser más complejas dejan de ser estas preguntas tan capciosas como las primeras y más sencillas. El individuo y la especie, que en el fondo son el objeto de discusión tras todos esos complicados interrogantes, no son opuestos ni disyuntos. En la vida protozoica, la más primitiva, existen formas de reproducción asexuada, como la bipartición, la gemación, etc., cuya característica es que en ellas lo «específico» –si así puede llamarse– y lo individual no están separados: en unas fases se atiende a la nutrición y en otras a la reproducción, permaneciendo constante el crecimiento, como tiempo propio. En estas formas de vida queda, pues, manifiesto que lo específico y lo individual son dos dimensiones distintas de la vida orgánica, pero no opuestas o disyuntas, pues sin ellas no cabe su existencia. El (falso) enfrentamiento o disyunción entre individuo y especie deriva de una confusión: la pretensión de explicar la vida con uno solo de ellos y mediante la reducción del otro. La tarea ha de ser, más bien, investigar cómo esas dos dimensiones se coordinan en la unidad de la vida orgánica, sin reducción de ninguna de ellas. En la vida orgánica existen tres funciones: el crecimiento, la reproducción y la nutrición. Como vimos, el problema del huevo «o» la gallina propone que el crecimiento (la consideración del huevo y la gallina en un mismo individuo) y la reproducción (la consideración en individuos distintos) deben ser homogeneizados, pero no se sabe cómo, por ello introduce entre ellos una disyuntiva. Para las teorías de la evolución (que son una cierta versión del problema del huevo «o» la gallina), la vida se explica (casi) exclusivamente mediante la reproducción y la nutrición, pues se la entiende como lucha o interacción violenta con el medio externo, encubriendo y relegando el crecimiento. Sin embargo, para entender la vida es preciso no dejar de tener en cuenta ninguno de sus ingredientes ni funciones, y, teniéndolos en cuenta, entenderlos coordinadamente.

 

Para ello, volvamos sobre nuestros pasos. Si de nuevo se atiende, aunque sea de un modo no del todo preciso, a las primeras versiones propuestas, se advertirá que la disyuntiva presente en la cuestión del huevo «o» la gallina se basa en una reducción absurda del sentido de la prioridad, pues se confunde el antes temporal con el antes causal: poner el huevo es, hablando de forma muy imprecisa, pero imaginativa, causar el huevo; en cambio, hacerse gallina es sólo cuestión de tiempo para el huevo. Parece que, temporalmente, el huevo es anterior a la gallina, mientras que causalmente (de modo eficiente-formal) la gallina es anterior al huevo. Pero téngase en cuenta que la paternidad no es temporalmente anterior a la filiación: no es padre el padre antes que el hijo sea hijo, pues no cabe padre sin hijo, ni hijo sin padre. La paternidad y la filiación son simultáneas. Por tanto, la prioridad del padre sobre el hijo no es temporal, sino (por decirlo todavía de modo impreciso) causal. «Antes» es, pues, equívoco en esa archiconocida pregunta. De igual modo, el carácter disyuntivo de la pregunta ¿qué es antes el individuo o la especie? se basa en el error de pensar que «antes» sólo admite un sentido. Por lo tanto, el afán de homogeneización o totalización, al que aludí al principio, está contenido implícitamente en el presupuesto de que el «antes» ha de ser unívoco. Si el sentido de la anterioridad fuera unívoco, entonces sería inevitable el dilema, sea en la forma de huevo o gallina, sea en la forma de individuo o especie, sea en la forma de reproducción o crecimiento.

 

El equívoco estriba, repito, en el «antes». Es falso que el sentido de la anterioridad sea unívoco. Existe cierta anterioridad propia de la causa material, otra de la causa formal, otra de la causa eficiente y otra de la causa final. Pero, además, y sobre todo en el plano en que nos movemos, existen anterioridades concausales[4]. El antes temporalmente primero, en el sentido de mínimo, es el de la concausalidad formal-material, pero respecto de él es superior, y por tanto jerárquicamente primera la concausalidad eficiente-formal, y más alta aún, la eficiente-formal-material, etc. Aparte de existir muchos tipos de prioridades causales, debe tenerse en cuenta que de ninguna de ellas cabe prescindir, o que esas prioridades lo son relativamente unas a otras, de manera que «antes» no significa algo absolutamente primero, sino relativamente primero, por lo que para poder ser anterior en un sentido se requieren también las otras anterioridades respecto de las cuales cada una pueda ser anterior en otro sentido.

 

Pues bien, justo al advertir eso, podemos empezar a vislumbrar el absurdo de la cuestiones propuestas, y con ello su solución: la existencia de distintos modos de la anterioridad. El huevo puede ser anterior en dos sentidos: como una fase inicial (huevo fecundado) del desarrollo o crecimiento de cada individuo gallináceo –prioridad según el retraso de la causa material fundida–, y como uno de los ingredientes para un nuevo individuo todavía posible (el huevo sin fecundar) –causalidad formal-material dispuesta–. El individuo gallináceo puede ser anterior al huevo en otros dos sentidos: como causa final o meta del desarrollo del huevo, es decir, como fase madura del crecimiento de cada individuo gallináceo –y, por tanto, de todo huevo fecundado–, y como generador eficiente-formal de otro individuo de la misma especie. Ninguno de estos sentidos distintos implica exclusión ni disyuntiva entre ellos, antes bien todos son requeridos por la vida orgánica. Por tanto, sin una pluralidad de sentidos de la prioridad causal no cabe la vida –ni tampoco el mundo–.

 

Para aprovechar mejor la consideración de los implícitos del problema del huevo o la gallina, conviene introducir finalmente una última ampliación del mismo, trasladándolo a otras cuestiones más complejas, pero asequibles, para seguir moviéndonos todavía en el ámbito de lo más sencillo. Por ejemplo, ¿qué es antes la mano «o» el lenguaje? Algunos han definido al hombre por el lenguaje, otros lo han definido por las manos, que son metáfora del trabajo. Parece que si consiguiéramos determinar cuál de ellos es anterior, podríamos dar la razón a unos o a otros. Sin embargo, ni la mano ni el lenguaje son temporalmente uno anterior al otro, pues en realidad sólo pueden surgir con la postura erecta. La postura erecta abre la posibilidad de la comunicación facial y al mismo tiempo libera las extremidades anteriores de la tarea de andar, abriendo la posibilidad de la mano. Pero entonces ¿es antes el bipedismo, o postura erecta, que el lenguaje y que las manos? Pues depende de qué se entienda por «antes». Si se habla de un antes temporal, el bipedismo puede anteceder al lenguaje y a las manos, pero si se trata de un antes causal-final, no, pues el sentido del bipedismo es el lenguaje y el trabajo. Además, el bipedismo no es propiamente una causa, sino una condición previa, y ni tan siquiera la única condición previa para el lenguaje y el trabajo, pues para que ellos sean realmente posibles se requiere además el aumento del cerebro, o sea, el desarrollo en el cerebro de grandes cantidades de conexiones neuronales libres.

 

Así que tenemos dos «antes» condicionantes y dos «después», pero los antes condicionantes no pueden causar los después condicionados, ya que el lenguaje y el trabajo humanos son lo que son, es decir, auténticas producciones, en virtud de la inteligencia. La esencia y el sentido del lenguaje y del trabajo humanos los reciben del espíritu (inteligencia y voluntad), pero no sin la previa disposición del cuerpo: desarrollo del cerebro, bipedismo, rostro, aparato fonético y liberación de las manos. Todo esto nos indica que la realidad es más compleja que las simplificaciones reduccionistas implícitas en las disyuntivas.

 

El hombre, cuerpo y espíritu, o espíritu encarnado, no se puede entender unilateralmente ni sólo por el cuerpo ni sólo por el espíritu. Tampoco el universo se puede entender unilateralmente, con solo la causa material o formal, o eficiente, hacen falta las cuatro causas. Por eso, si queremos entender al hombre y al mundo, conviene empezar a pensar sistémicamente. Lo sistémico no es lo sistemático. Aunque ambos términos deriven de la voz sistema, significan cosas dispares. Lo sistemático es la concepción del sistema como conjunto o todo completo e independiente: es el sistema cerrado. Lo sistémico es la consideración del sistema como conjunción abierta, en movimiento, de una pluralidad de factores. La unicidad excluyente y reduccionista (sistematicidad) no permite entender en directo ni al hombre ni al mundo. El pensamiento sistémico es requerido para entender las criaturas, que son seres inidénticos, compuestos de ser y esencia, y plurales. En vez de pensamiento reductivo, se requiere pensamiento sistémico.

 

Polo, mi maestro, ha dicho que Hegel pensaba poniendo los problemas uno detrás de otro, precisamente porque era monometódico. Eso es también lo que hace el evolucionismo: intentar poner en fila india a los vivientes. En cambio, Polo piensa sistémicamente[5], o sea, coordinando los conocimientos y problemas. Insisto, lo sistémico no es lo sistemático: lo sistemático es reductivo, pues pretende reducirlo todo a un único aserto o intuición del que emanan los demás deductivamente; en el caso del evolucionismo, la sistematización de los vivientes se pretende hacer desde la sola reproducción con un factor de corrección azaroso. Lo sistémico es, en cambio, la aceptación de que lo real creado es complejo tanto en el plano metafísico (distinción real ser-esencia), como en el físico, no digamos en el humano, por lo que no puede ser reducido a un único principio ni entendido con un único método; su unidad sólo puede ser unidad de congruencia.

 

Ahora se entenderá por qué, aun siendo más correcto, no cambié el título «¿el huevo o la gallina?» por «el huevo y la gallina»: huevo y gallina no se excluyen, son dos de los momentos del ser vivo orgánico –el crecimiento y la reproducción, el individuo y la especie–, pero en la vida orgánica han de ser consideradas más cosas. Incluso «huevo y gallina» es poco, se requieren además: substancias elementales, substancias compuestas, naturalezas, otros seres vivos, el universo y el ser. No puede existir una gallina sin universo. Una gallina sola sería un universo, no una gallina. Si por hipótesis la fingiéramos sola, entonces nada de lo que caracteriza a la gallina permanecería intacto, pues cada una de sus funciones y partes pasarían a ser las concausalidades requeridas por el universo: no habría en ella ni alas ni hígado ni huevos, sino, justo como en el universo, substancias elementales, substancias mixtas, naturalezas, substancias vivas, y unidad de orden. En lo cual va implícito que tampoco el universo puede ser un individuo vivo o gallina: si lo fuera, tendría que integrarse, como los seres vivos, en un universo o unidad de orden superior, reiterándose así el problema hasta el infinito. El método sistémico recomienda, desde luego, no considerar la vida al margen del universo, mas también no reducir lo sistémico a la vida.

 

El universo es complejo. Sin la distensión entre lo que se adelanta en el tiempo (causalidad material) y lo que preside en jerarquía (unidad de orden o causalidad final) no es posible efectividad alguna. El adelanto temporal implica un retraso cualitativo, una subordinación a una causa final, y viceversa la causa final requiere un adelanto temporal. El puro y mero adelanto no aportaría nada si no fuera compensado su retraso por una ordenación tal que desgranando el adelanto temporal en gradaciones cualitativas haga aparecer un conjunto de formas (causalidad formal) o/y eficiencias (causalidad eficiente) concausales con la materia o con la causa final, que den lugar a la sobreabundante variedad de seres físicos.

 

Si no hay vida orgánica más que en el universo, entonces la vida orgánica no puede ser entendida como una mera seriación de individuos independientes. Y como lo que dentro del universo físico caracteriza a la vida orgánica es el movimiento inmanente o crecimiento, ese crecimiento no será, desde luego, independiente, sino relativo a otros movimientos, mostrándose tal dependencia en la necesidad de otras funciones vitales, como la nutrición y la reproducción. Eso no obstante, en la medida en que, sin ser independiente, reúne características propias, el movimiento inmanente da lugar a los desarrollos peculiares manifiestos en los seres vivos. La vida orgánica es una complejidad dentro de otra complejidad.

 

Por tanto, para poder atender a las cuestiones que suscita la vida es preciso: 1) atender al carácter intramundano de la vida orgánica, y 2) atender a la complejidad precisa de la vida orgánica. El primer tipo de consideraciones implica tener una visión del (complejo) universo mundano, para situar la vida dentro de él. El segundo tipo de consideraciones exige atender a la vida orgánica desde varios ángulos de enfoque: a) como un peculiar modo de concausalidad, cuya característica esencial es el crecimiento; b) como un crecimiento necesitado de otras funciones relativas al entorno físico y al universo mismo; c) como un crecimiento capaz de especializaciones en esas precisas funciones adicionales.

 

En resumen, lo que falsea todo el problema del «huevo o la gallina» en sus variadas manifestaciones es la introducción de la mismidad y de la unicidad. Primer engaño: el huevo es huevo y sólo huevo, la gallina es gallina y sólo gallina –en vez de: huevo y gallina en varios sentidos. Segundo engaño: no existe más que un solo sentido del antes, y por tanto la anterioridad es excluyente, si el huevo es anterior, la gallina no puede ser anterior –en vez de: muchos sentidos de la anterioridad causal. Esto equivale al empleo de un método totalizante, o sea, de un método reduccionista, pues «total» equivale a «nada más que». Al decir «el huevo o la gallina», aunque se admiten dos, se supone que la anterioridad sólo puede ser de uno, y por tanto única. Una primera corrección del falso problema es eliminar la disyuntiva: en vez de «huevo o gallina», «huevo y gallina». Pero para poder decir «huevo y gallina» respecto de la anterioridad, es preciso entender que existen al menos varios sentidos de la anterioridad causal, concretamente cuatro. Y pensar la anterioridad según cuatro sentidos distintos requiere un modo de pensar nuevo, no reductivo, sino sistémico, o integrador en movimiento. La sistemicidad del universo implica su intrínseca distensión temporal, razón por la que un sistema cerrado o completo no puede dar razón del universo físico. Si lo sistemático es totalidad, lo sistémico es concausalidad; si lo sistemático es unicidad o simultaneidad, los sistémico es unidad de muchos ordenados en el tiempo.

 

La moraleja de toda esta disquisición sobre el huevo o la gallina sólo pretende ser ésta: que la vida orgánica no puede ser entendida, si se utilizan en su investigación métodos reduccionistas. La vida es substancia en movimiento, trocearla –aislando trozos y reuniendo lo aislado–, puede ser útil para controlarla y someterla, pero no para entenderla y respetarla.

 

 

 

 

 

 



[1] Nótese que el óvulo, aparte de contener el código genético, se compone de substancias nutricias, que son las que le dan mayor volumen, para que a partir de ellas pueda comenzar su andadura la nueva vida que surgirá tras la fecundación, o formación de una célula diploide independiente, es decir, un nuevo individuo. Es una manera de resolver el problema de la nutrición para la reproducción celular cuando aún no se la puede procurar el individuo, porque no ha desarrollado todavía su organización.

[2] En el planteamiento de Darwin no es necesario admitir ningún cambio aleatorio: el medio es estable en cada habitat, los individuos vivos son estables. Lo único que puede variar es la intersección individuo-habitat: al cambiar de habitat, el individuo se ha de adaptar. Sólo que así no puede explicarse más que la existencia de variedades o razas, no de especies distintas. La manera actual de entender la evolución introduce cambios aleatorios en el medio y en el gameto para intentar explicar la aparición de nuevas especies, no de meras variedades o razas. Ahora bien, si se admitiera que el habitat cambia aleatoriamente de modo continuo, entonces las adaptaciones del individuo llegarían tarde y no podrían explicar ni su superviviencia ni la existencia de especies, cuya característica es la estabilidad. Igualmente, si los cambios azarosos afectaran de modo continuo a la información genética del individuo, y no discontinuamente a los gametos, entonces estaríamos de nuevo ante la misma dificultad, pues el individuo no podría sobrevivir –dado que la información genética es común a todo el organismo–, y no podría existir una información estable propia de la especie. Por tanto, los cambios aleatorios han de ser discontinuos, han de provenir del medio externo, no del viviente, han de afectar sólo a los gametos, no al individuo, y han de inducir –siendo discontinuos y aleatorios– en varios gametos distintos (masculinos y femeninos) una misma mutación, pero una mutación tal que sea viable, a fin de que puedan ser interfecundos y den lugar a una nueva especie. ¿No es pedir demasiadas coincidencias a factores que se dicen por completo azarosos? (Para más detalles véase, I. Falgueras, Breve examen científico y filosófico de la teoría de la evolución, en "Espíritu" 37 (1988), 111-118).

[3] El cambio genético proviene, en ambas formas de la teoría, de distintos factores exógenos (medio al que ha de adaptarse el individuo; perturbación aleatoria del medio que induce un cambio en la trasmisión genética) y actúa en momentos distintos (sobre el viviente maduro; sobre el gameto), pero lo común es que ambas, desconsiderando el crecimiento, pretenden que la reproducción es el medio de la evolución y que, en consecuencia, la evolución es mecánica, en la medida en que está dirigida siempre desde fuera de la vida y sin causalidad final alguna (a diferencia del crecimiento).

[4] Para entender a qué aludo de modo tan abreviado y críptico es preciso conocer las investigaciones de L. Polo, Curso de Teoría del Conocimiento, tomo IV, vols. I y II, Eunsa, Pamplona, 1994 y 1996, respectivamente. También puede verse I. Falgueras Salinas, Crisis y renovación de la metafísica, c.II, Spicum, Málaga, 1997. 

[5] Cfr. ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el mundo, Rialp, Madrid, 1991; y más en concreto, La cibernética como lógica de la vida, en Studia Poliana, 4 (2002) 9-17.