EL ASEDIO A LA FAMILIA[1] Y SUS RECURSOS DEFENSIVOS

 

IGNACIO FALGUERAS SALINAS

 

El hombre es la criatura personal que se dualiza. Dualizarse no es dividirse en dos ni multiplicarse, sino expandirse o crecer en correlación dual jerarquizada. La dualización más conocida por todos es la del cuerpo con el alma. Otras de las dualizaciones originales del ser humano son la dualización en varón y mujer, así como en padres e hijos. La paternidad, que en Dios es única tanto ad intra (Padre) como ad extra (Trinidad), en el hombre se dualiza en varón y mujer. El matrimonio es el modo activo de aprovechar la dualización varón-mujer que integra ya el mínimo de sociedad posible, la unión conyugal de dos personas. En este núcleo mínimo de sociedad las relaciones íntimas, privadas y discretas entre las personas del varón y la mujer se transforman de modo natural, pero admirable, en fuente conjunta de vida humana y de relaciones naturales entre padres e hijos, o sea, en las relaciones sociales más sencillas y originarias. Y como el espíritu de los hijos procede de Dios, la unión conyugal fecunda se dualiza también con el acto del creador, de manera que los padres humanos no sólo se dualizan respecto del hijo, como padre y madre, sino que se dualizan con el creador cuando colaboran unitariamente en la procreación de los hijos. La dualización no es, pues, una actividad desintegradora de la unidad, sino reunificadora de las diferencias sin eliminarlas. Matrimonio y familia son, a su vez, una dualización típica del ser humano, según la cual la familia es la expansión social interna del matrimonio, y el lugar primero, más fácil y misterioso en que se unen la naturaleza y la libertad, lo privado y lo público, lo individual y lo social. La sociedad nace, pues, de la familia, y no al revés, y además se dualiza con ella, pues es una expansión de la familia que no la anula, sino que la abre a lo universal.

 

Sin embargo, la dualización de lo humano lleva consigo la apertura de flancos y resquicios que admiten la disfunción y el desajuste, e incluso ciertas debilidades, que la dejan expuesta al ataque de los posibles desvaríos de la libertad. Veámoslo en la dualización padres-hijos. Como dice Leonardo Polo, todos somos completamente hijos, pues somos hijos de nuestros padres, según el cuerpo, e hijos de Dios (por creación directa), según el alma, mientras que ni todos los hombres son padres, ni los que lo son lo son por completo, dado que los padres no generan el alma[2]. Eso implica que la relación genealógica completa es Dios-padres-hijos, y sólo así es intrínseca al ser humano. Pero, en la dualidad padres-hijo, tanto el flanco de la paternidad humana como el de la filiación pueden ser objeto de desvaríos en la libertad: cabe no querer ser padre, aun cohabitando matrimonialmente, y cabe no querer ser hijo. Este último extremo es una de las características de nuestro tiempo, “se puede decir –afirma Leonardo Polo– que en nuestros días el hombre no quiere ser hijo. La conciencia de filiación se ha debilitado, e incluso el hombre se ha rebelado contra su condición de hijo, porque quiere debérselo todo a sí mismo[3]. Pero no querer ser hijo es no querer admitir la dualización con los padres humanos ni con Dios, es decir, no admitir la condición dualizante del hombre, y como eso no se puede conseguir, por pertenecernos intrínsecamente, lo que se consigue más bien así es introducir dualizaciones impersonales y objetivantes en y entre los seres humanos.

 

La dualización del matrimonio con la paternidad de Dios debe servir de garantía del respeto por la naturaleza humana y por cada persona en la relación matrimonial y genealógica, o sea, en la dualización matrimonio-familia. Todo hombre es hijo, y sólo es reconocido como persona de modo completo en el seno de la familia. Hijo no es sinónimo de débil más que en el hombre, precisamente porque el hombre se dualiza en cuerpo y alma, y en tanto que se dualiza deja, como he dicho, flancos abiertos que han de ser protegidos. La familia es la gestora y garante de la dignidad del hombre, precisamente porque en ella es natural subvenir y ayudar la debilidad del hombre hasta hacerlo adulto, en el caso del niño, o hasta morir en el caso del anciano. La tarea de la familia no es sólo la procreación y el mantenimiento de la vida de sus miembros, sino junto con eso la humanización y la transmisión del sentido de la existencia. La familia que forma unidad con su núcleo, el matrimonio de varón y mujer, es el modo imprescindible (aunque no sea suficiente) para una habitación del mundo digna del hombre.

 

Pero de modo semejante a como la dualización paternidad-filiación abre un doble flanco de posibles desajustes para la libertad humana (no querer ser padre, no querer ser hijo), así también, puesto que la dualización familia-sociedad implica una dependencia de la segunda respecto de la primera, cabe que la sociedad se rebele contra su dependencia respecto de la familia, cosa que está sucediendo precisamente hoy, y a la que quiero dedicar en este escrito mi atención.

 

La rebelión de la sociedad contra la familia se ha hecho escandalosamente grave en nuestros días. Hoy se confabulan para atacar a la familia una ingente cantidad de medios junto con una desorientación sapiencial, procurada y consentida, que dejan en manos de la arbitrariedad de las opiniones individuales decisiones sobre la vida y la muerte, el matrimonio y la familia, la técnica y la ética. Nunca a lo largo de la historia se ha visto la familia sometida a más tipos de ataques.

 

Existen ataques técnicos, como la esterilización, la fecundación artificial, la clonación y la manipulación genéticas, los anticonceptivos, los abortivos y el aborto provocado. Existen ataques económicos, como lo son los trabajos inestables (en el tiempo y en el espacio), y la necesidad de que trabajen fuera de casa padre y madre, sin liberar a la mujer para su tarea de madre; como lo son la construcción de viviendas sin espacio vital para la familia, y los precios imposibles para adquirirlas o alquilarlas. Existen ataques políticos, como las leyes que igualan las aberraciones sexuales con el matrimonio, las que destruyen la autoridad de los padres, las que favorecen el divorcio, o las que penalizan tributariamente la paternidad. Existen ataques morales, como la perversión de la infancia y juventud con enseñanzas o informaciones que trivializan la relación sexual, fomentan las relaciones sexuales pre- y extra-matrimoniales, inducen a la consideración del sexo como órgano de placer, o desarrollan modas que tienden a la indiferenciación sexual; y como la incitación a la ruptura generacional entre hijos y padres. A lo que cabe añadir un largo etcétera, que Vds. podrán rellenar.

 

Si a estos ataques a la familia y al matrimonio, que vienen desde ciertos sectores externos y dominantes de la sociedad, añaden Vds. los peligros internos que la acechan, como son, aparte de los de siempre (el egoísmo, la incomprensión, la falta de capacidad para el sacrificio, etc.), “una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores[4], etc., podrán reconocer lo que está a la vista de todos, a saber, la crisis de la familia occidental[5].

 

Pero no es el fin de este trabajo anunciar la próxima desaparición de la institución matrimonial y familiar en Occidente, antes al contrario, los muchos ataques que sufre desde el exterior ponen de relieve su importancia para la humanidad, así como la solidez de su resistencia frente a las arbitrariedades de una loca libertad humana. Incluso la usurpación del nombre de matrimonio y familia para la promiscuidad sexual antinatural demuestra el prestigio de ambos: como ocurre con todo lo falso, arbitrario y engañoso, se quieren dignificar encubriéndose bajo el nombre de lo que sí es valioso y necesario.

 

La familia está dotada de recursos propios que es preciso fortalecer y acrisolar en estos malos tiempos. Paso a describir los más relevantes.

 

Los recursos de la familia tienen su primer bastión en su naturalidad[6], la cual deriva del acto creador. Como dice Chesterton: “La más antigua de las instituciones humanas tiene una razón de ser que puede parecer tan descabellada como la anarquía. Es la única entre todas las instituciones de su género cuyos principios se fundan en una espontánea atracción, y puede decirse estricta y no sentimentalmente que se basa en el amor y no en el miedo… el amor de una mujer y un hombre no es institución que pueda abolirse ni contrato que pueda terminarse. Es algo más antiguo que todos los contratos y las instituciones, algo que perdurará cuando unas y otras ya no existan. Los levantamientos contra todo lo demás son reales porque siempre cabe la posibilidad de destruir sus componentes o, cuando menos, dividirlos…pero un hombre y una mujer tienen que estar unidos en una u otra forma y tienen que aprender a tolerarse mutuamente, sea como sea[7]. 

 

La atracción entre varón y mujer no es algo arbitrario ni convencional, ni tampoco meramente psicológico ni siquiera meramente sensual, sino tan fuerte como una vocación por la cual ambos están dispuestos a ceder en su libertad individual, para concederse una libertad común, un espacio de vida donde el mundo se haga habitable, donde las leyes del universo no rijan, sino la lógica del amor. El secreto más oculto de esa vocación está en la fecundidad del amor humano nacido de la entrega de la intimidad. Varón y mujer son muy diferentes y tienen, por eso, mucho que compartir, pero la raíz más honda de la atracción mutua es el don de la fecundidad que ha recibido su unión y que entre ambos se dan. “El hijo es una explicación del padre y de la madre; a decir verdad, el hijo es la explicación de los antiguos nexos humanos que enlazan al padre y a la madre. Cuanto más humano, esto es, cuanto menos bestial sea el hijo, más legales y duraderos serán los nexos[8]. La vocación a la paternidad de los matrimonios es algo palmario, y se hace ver y oír por encima de la sordera de nuestro tiempo: son miles los matrimonios que buscan hijos en adopción, siguiendo el sentido natural de su vida matrimonial. Tanto la atracción entre los esposos como la vocación a la paternidad se comunican sin intermediaciones a la familia transformados en unos nexos naturales de gran fuerza de cohesión, de modo que por el lado de su naturalidad, los vínculos familiares entre esposos, padres-hijos, y hermanos determinan que a la familia se pertenezca, mientras que en la sociedad se ingresa.

 

El segundo gran recurso de la familia es la libertad. Para formar una familia se precisa una dosis muy grande de optimismo, de esperanza y de fe, y esas virtudes, que son las que nos permiten afrontar el futuro, las transmite la familia, porque los lleva en su energía originaria. El individualismo es o locamente aventurero o enfermizamente apocado. El núcleo de la sociedad no puede estar integrado por individuos inconexos que no se comprometen a nada, sino por familias estables que están enteramente comprometidas en el incremento, la mejora, y el mantenimiento de sus miembros.

 

Y como la historia es hija de la libertad, aunque la libertad humana no sea señora de la historia, sino que ha de atenerse a las consecuencias de sus acciones y omisiones, se puede afirmar sin temor a equivocarse que el futuro es de las familias, pues en ellas es donde nacen, viven, y hacen sus proyectos de futuro los hombres que vivirán con libertad responsable en el porvenir. Los sucedáneos de la familia no tienen futuro, o porque no son fecundos, o porque no son suficientemente humanos, al mermar la libertad y la naturaleza de los nacidos. “La mayoría de los reformadores modernos son escépticos sin base sobre la que reedificar, y no estará de más que sepan y comprendan que hay algo que no pueden reformar. Podréis derrocar al poderoso de su altura; podréis cambiar por entero la faz de la tierra…pero no podréis crear un mundo en el que el niño lleve a la madre; no podréis crear un mundo en el que la madre carezca de autoridad sobre el niño…[9].

 

Y si, por hipótesis imposible, alguna vez se consiguiera igualar artificialmente la fecundidad de la familia –como se sugiere en la obra de A. Huxley, Un mundo feliz–, lo que nunca se podría sustituir es su función humanizadora, que empieza en el claustro materno y dura toda la vida. El matrimonio y la familia no sólo proporcionan un lugar humano en el mundo y una forma de habitarlo, sino también una forma de incardinarse en la historia. A las tres grandes preguntas que se hace el hombre “de dónde venimos, qué somos, adónde vamos”, la familia sana responde de manera incoática: en ella conocemos nuestro origen inmediato, a nuestros padres y abuelos, que nos incardinan en una cultura y en una concepción del mundo, los cuales nos unen al pasado y nos abren el futuro; en ella somos reconocidos como diferentes en nuestra peculiar personalidad y asociados a una tarea común, además de que en la familia encontramos el impulso para nuestros propios proyectos. La familia no es autosuficiente para la formación íntegra del hombre, pero es el cimiento de toda ella.

 

Por todo eso, la degradación de la familia equivale a la deshumanización de la sociedad, mientras que la salud de la familia hace fuertes a los pueblos. “Este triángulo de verismo, padre, madre, hijo, es indestructible, pero puede destruir a las civilizaciones que lo menosprecien[10]. Aquellos pueblos cuyas familias sean más sólidas y humanas prevalecerán sobre aquellos otros cuyas familias estén más debilitadas. Más aún, si es que pudieran darse, los pueblos sin familia serían barridos de la historia. Porque la sociedad se puede organizar de muchas maneras, pero si no se integra desde la familia toda organización de la sociedad será efímera. El atomismo individualista es parasitario, no puede constituirse en sociedad, caben agregaciones o clubes de solitarios, pero carecen de empuje y fuerza como para perpetuarse. En cambio, la familia es tan antigua como el hombre, y tan duradera como él.

 

En resumen, los recursos de la familia son: (i) la naturaleza humana, concretamente: el amor entre hombre y mujer, y el deseo de ser padres, los cuales son más fuertes y naturales que todos los premios sociales, como la fama, el dinero y la satisfacción de los caprichos; (ii) la humanización de la habitación del mundo y de la vida en sociedad, pues gracias a su unidad, se conjugan armoniosamente amor y sacrificio, jerarquía y servicio, necesidades y crecimiento en libertad. Tales recursos son tan imprescindibles que si, por hablar de imposibles, la familia desapareciera, habría que reinventarla.

 

Pero no habrá que reinventarla, porque al unir de manera tan natural y libre cuerpo y alma, naturaleza y libertad, pasado y futuro, la familia crea lazos humanos de afecto, fidelidad y fe, que la hacen fuerte, y en virtud de los cuales la familia resiste y resistirá las acometidas de la arbitrariedad humana, que enloquece cuando va contra su naturaleza. Precisamente porque resiste es por lo que las «progresías» que intentan una sociedad sin filiación la atacan con todos sus artificios.

 

En fin, y volviendo al principio, las dualizaciones de lo humano dan lugar a brechas por las que se pueden debilitar, pero tales dualizaciones no son una forma arbitraria de expandirse que el hombre pueda suprimir. Se puede no querer ser hijo, pero no se puede dejar de serlo. Se puede no querer política o sectariamente la familia, pero no se la puede suprimir. Se la podrá atacar, envilecer, y se podrán destruir muchas familias, pero la dualización familia-sociedad garantiza que no pueda ser aniquilada sin que desaparezcan ambas.

 

Los ataques a la familia muestran su decisiva importancia antropológica, y exigen de nosotros que, para afrontar la indudable crisis a la que está expuesta en nuestros días por el acoso externo y las tentaciones internas, hagamos valer sus recursos de generosidad, de solidaridad, de sacrificio y de amor, para ayudarla y fortalecerla en nuestras vidas y en la vida social.



[1] Deseo recomendar igualmente a la reflexión del CELAM el cuidado de la pastoral de la familia, asediada en nuestros tiempos por graves desafíos, representados por las diversas ideologías y costumbres que minan los fundamentos del matrimonio y de la familia cristiana” (Benedicto XVI, Carta al Señor Cardenal D. Javier Errázuriz Arzobispo de Santiago de Chile y Presidente del CELAM [14/05/2005], en El Papa con las familias, B.A.C. Madrid, 2006, nº 15, p. 53).

[2] Leonardo Polo, Ayudar a crecer,  Eunsa, 2006, 42.

[3] Ibid. 44.

[4] Juan Pablo II, Familiaris consortio, 6, PPC, Madrid, 1981, 15.

[5] Por desgracia, está creciendo el número de separaciones y divorcios, que rompen la unidad familiar y crean muchos problemas a los hijos, víctimas inocentes de estas situaciones. La estabilidad de la familia está hoy particularmente en peligro; para salvaguardarla es necesario ir con frecuencia contra la corriente de la cultura dominante, y esto exige paciencia, esfuerzo, sacrificio, y búsqueda incesante de la comprensión mutua” (Benedicto XVI: Discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Familia, en El Papa con las familias, n. 11, p. 43)

[6]Benedicto XVI: “En el mundo de hoy, en el que se difunden concepciones equívocas sobre el hombre, sobre la libertad, sobre el amor humano, no tenemos que cansarnos de volver a presentar la verdad sobre la familia, tal como ha sido querida por Dios en la creación” (Ib. n. 11, p. 43)

[7]Chesterton, G.K., La superstición del divorcio, §La historia de la familia, Obras completas, Plaza y Janés, Barcelona, 1967, vol. I, 897-898.

[8] Ibidem, 898.

[9] Ibidem, 899.

[10] Ibidem, 899.