Ignacio Falgueras Salinas
Estimados colegas, amigos y congresistas:
En nombre del Instituto de Estudios Filosóficos Leonardo
Polo les doy la bienvenida a este singular simposio, que,
en vez de congregarnos corporalmente como ha sido hasta
ahora habitual en tales eventos, nos une invisiblemente
gracias a la mediación virtual, a la vez que mantiene la
distancia física. Precisamente para que no parezca
demasiado técnico e inhumano, algunos de los
organizadores me han pedido que, de modo visible, les
dirija unas palabras de recibimiento y acogida.
Y lo cierto es que, si bien este medio prescinde del
poderoso acicate de la presencia física, de los viajes y
de los contactos ocasionales, cuales son las comidas,
refrigerios, transportes, etc., en él se concentra tanto
la atención en los temas y en el pensamiento, que se
puede sacar partido de su unilateralidad para reforzar el
lado espiritual y filosófico del encuentro.
Nosotros vamos a concentrar la atención en la primera de
las obras que articulan sistémicamente la filosofía de
Polo. Es una costumbre entre algunos filósofos modernos
escribir una obra introductoria a su propia filosofía. En
el caso de Descartes fue el Discurso del método, en el de
Espinosa fue el De
intellectus emendatione, en el de Kant fueron las
tras críticas, en el de Fich-te fue Sobre el concepto de la
ciencia, en el de Schelling la Propedéutica filosófica.
Todos ellos creyeron necesario llevar a sus discípulos o
lectores a la altura filosófica adecuada desde la que
podrían entender sus respectivas aportaciones. El acceso al ser de
Leonardo Polo no es una mera introducción o preámbulo a
su pensamiento, sino que es la exposición directa de su
hallazgo filosófico principal, el cual no es tanto una
doctrina como un método. Polo no pretende ser original,
sino que se aventura ante nosotros a una investigación
sin precedentes: la de detectar y abandonar el límite
mental, que ata y entorpece la conciencia desde siempre,
pero con especial encono a partir del arranque de la
modernidad.
Cito: “Filosofar, hoy, no es ocuparse directamente
de sublimidades, sino servir a esta necesidad [a la
necesidad de abandonar el enmarañamiento
consciente]” Fin de la cita (Acceso al ser, Cap. III,
apartado III. A esta tarea, osada, pero humilde, a que
nos invita Polo, les reitero yo la invitación a las
puertas de este simposio, pues el tiempo transcurrido
desde la publicación de esa obra hasta nuestros días (41
años) lejos de desenmarañar el panorama filosófico lo ha
envuelto en ulteriores enredos, en enredos sentimentales
y estetizantes, así como en abandonos del filosofar en
manos de la filología, la política, la técnica o
simplemente de la vuelta a los mitos.
A desenmarañar el conocimiento humano acerca de las
ultimidades es, pues, a lo que vamos a dedicar, si Dios
quiere, en los días próximos el tiempo de este simposio,
al que les doy de nuevo, en mi nombre propio y en el del
Instituto, la bienvenida. Muchas gracias.
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IGNACIO FALGUERAS (a IGNACIO MARCET):
Respuesta a vuelapluma a sus preguntas.
Vd. presenta una cuestión muy interesante y compleja, a
saber, la relación entre la teoría del conocimiento y el
abandono del límite mental. La teoría del conocimiento de
Polo es sin duda amplia y novedosa, pero no tan novedosa
que dependa íntegramente del abandono del límite. No se
olvide de que está incluida germinalmente en la primera
parte de El Acceso al Ser, y por tanto que describe las
operaciones mentales que desarrollamos todos sin
abandonar el límite. El abandono del límite se incluye en
el Curso de Teoría del Conocimiento, especialmente en el
vol. II, pero sobre todo para indicar su cualificación
como actividad cognoscitiva. Sin duda, que el método del
abandono incide sobre la teoría del conocimiento, pero no
se reduce a ella. El abandono del límite no es una parte
de la teoría del conocimiento, sino un método libre para
ampliar el conocimiento, tanto ganando nuevos temas como
ganando nuevos actos cognoscitivos (métodos), de manera
que puede iluminar a la teoría del conocimiento y sus
temas, pero no es teoría del conocimiento, precisamente
en la medida en que la teoría del conocimiento no detecta
ni abandona el límite mental, sino que lo multiplica.
Vd. propone que podría entenderse que los distintos
abandonos del límite partirían de las distintas
operaciones de la teoría del conocimiento, y en concreto
que el tercer modo del abandono podría partir de la vía u
operación generalizadora. Pero una cosa es que la
generalización por su inacababilidad contenga cierto
indicio del núcleo del saber (concretamente un indicio
negativo) y otra que el abandono haga pie en la operación
generalizadora para prolongarla o ampliarla al «además»
(pues el cognoscente no es ningún proceso al infinito, ni
tampoco la negación de un proceso al infinito). Si se lee
la Antropología trascendental I, parece que el punto de
apoyo de esa dimensión del abandono del límite sigue
siendo el propio límite mental y no la operación
generalizante que es reiterable al infinito. La presencia
de la idea general no es articulante del tiempo, no es lo
vasto, sino una parcialización de lo vasto que no puede
ser una parcialización del tiempo articulado por la
presencia mental (CTC II, 331). Esto quiere decir que la
presencia mental es una indicación más poderosa del
núcleo del saber que la idea general. Por otra parte, en
la teoría del conocimiento por encima de la
generalización y de la razón se sitúa el logos que los
reúne y ajusta. Si introdujéramos las operaciones como
referentes del abandono, el «además» debería ser «además»
del logos, no de la reflexión.
Quizás su sugerencia se basa en el establecimiento de un
paralelismo entre lo que pasa con el segundo modo de
abandono del límite, el cual hace pie en la abstracción y
en la pugna racional para conocer la concausalidad. Y
así, el ejercicio del abandono del límite al respecto es
incluido en la Teoría del Conocimiento IV. Pero debe
tener en cuenta que los abandonos del límite no admiten
paralelismos funcionalmente homogeneizantes entre sí. Las
operaciones son iluminadas por el abandono del límite
desde la cuarta dimensión del mismo, no desde la tercera.
Lo más parecido a la operación generalizante en el campo
del cognoscente es la globalización de los hábitos por la
experiencia intelectual, sólo que tal globalización no es
determinante ni indeterminada, o sea, no funciona como la
generalización, sino que se caracteriza por «ver a través
de». La tercera dimensión del abandono, que por lo demás
es la más alta, no toma como punto de referencia la
reflexión u operación generalizante, sino la presencia
mental: «además» es además de presencia desde el lado del
núcleo del saber. Si para el núcleo del saber la
presencia es ocultamiento que se oculta, pero que
presenta objetos (sabidos limitados), abandonar la
presencia es abrirse al ámbito de la amplitud irrestricta
en forma de búsqueda pura (que no encuentra) y en forma
de «además» de lo sabido (o saber saber).
Como última aclaración de la asimetría que caracteriza al
abandono del límite conviene tener en cuenta que el
abandono como método ilumina hacia abajo y busca hacia
arriba, siendo hacia abajo la esencia del mundo y del
cognoscente, y hacia arriba el ser del mundo y del
cognoscente.
Sea dicho todo esto sólo como un aperitivo del banquete
filosófico que su pregunta abre.
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De Ignacio Falgueras a D. Francisco Molina:
Cuestión de d. Francisco Molina:
¿Podría comentar esta frase de El Acceso?: "La actualidad del intelecto agente es absolutamente inconsciente e incomparecida. Su luz es cognoscitiva pero no cognoscible. La evidencia es la irrecognoscibilidad, según el concepto, de esa luz" (p. 173). Voy tras la evidencia, ¿qué es? Parece una patencia pero, ¿qué es eso? En las operaciones cognoscitivas no hay evidencia, según parece, pero sí en los procesos cognoscitivos superiores.
1. ¿Es la patencia de que se conoce "algo" y ocurre
siempre que se conoce? (algo, no en sentido técnico, sino
vulgar)
2. ¿Qué tiene que ver con la conciencia? Del mismo modo
que algo es evidente, tenemos conciencia de que ese algo
está siendo conocido y tiene un contenido. Pero esta
indicación no me gusta.
Respuesta de Ignacio Falgueras:
El texto sobre el que pide explicación se sitúa en la
interpretación aristotélico-tomista de la perplejidad,
concretamente cuando está hablando de la necesidad de la
determinación del abstracto por conversión o vuelta al
fantasma. Esto significa que, en esa filosofía, el
entendimiento no puede por sí mismo determinar al
concepto, el cual sería un universal o forma abstracta,
es decir, privado de la materia, principio de la
singularidad y de la substancia. En congruencia con esto
el entendimiento sería una causa formal del conocimiento,
que, para adecuarse a la realidad, habría de ser
determinada por el conocimiento sensible, único capaz de
conocer la materialidad y la singularidad, y que actuaría
como causa material de aquel.
Estando así las cosas, atendamos al texto:
Por «actualidad» se ha de entender la manera en que
interpretan los aristotélico-tomistas al propio intelecto
agente, no se trata, por tanto, de una afirmación de
Polo, sino de la versión que aquéllos dan del
entendimiento agente. Confundiendo la actividad (propia
del conocimiento) con la actualidad, que es propia del
conocimiento objetivo, no pueden conceder ninguna
actualidad al entendimiento agente, porque en el
conocimiento objetivo éste no se muestra a sí mismo ni a
su actividad, sino que queda ocultamente oculto. Ese
ocultamiento es interpretado por ellos como falta de
consciencia: la luz del entendimiento agente es
cognoscitiva, pero no es cognoscible, y como el único
conocimiento que se admite expresamente es la conciencia
objetiva, entonces es inconsciente.
Vayamos ahora al núcleo de su pregunta:
La evidencia es siempre objetiva, es el resaltar
excluyente propio del objeto que acapara sobre sí toda la
luz y deja oculta la operación intelectual que lo
sustenta, o sea, el haber. El haber o presencia mental no
lo hay, el haber es haber de algo. Se piensa lo pensado,
no existe pensar sin pensado, pero lo pensado no piensa,
es decir, no es el pensar. Por tanto, la evidencia es,
sí, la patencia de algo (objeto), pero no de que se
conoce. No cabe evidencia del conocimiento, sino sólo de
lo conocido objetivamente. Por eso dice Polo que la
evidencia (del objeto) equivale a la irrecognoscibilidad,
según el concepto, de esa luz. Tenga en cuenta que el
concepto es la devolución del abstracto (o de lo presente
a la mente y articulado por ella) a la realidad
extramental. El concepto es vía para conocer las causas
extramentales, pero no la luz que ilumina al abstracto y
a las causas extramentales. La conciencia de que se habla
aquí es la conciencia objetiva, no la conciencia
concomitante, la cual no es objetiva. Lo evidente no es
la conciencia concomitante, que es un hábito, lo evidente
es el objeto, el abstracto. Correlativamente, la
inconsciencia de que se habla es la falta de conocimiento
objetivo.
Pero si se entiende que el conocimiento intelectual es
conocimiento sólo de formas abstractas o universales, su
universalidad será también unilateral, dejando de conocer
la materialidad de las cosas, por lo que si han de
adecuarse a la (supuesta) singularidad real, deberán
doblegarse hasta el fantasma.
Así parece que el objeto propio del conocimiento humano
deberían ser, congruentemente, las substancias separadas,
las que no tienen materia (que resulta ininteligible),
pues tras establecer que la substancia es hilemórfica, el
aristotelismo admite, no obstante, la existencia de
substancias separadas de la materia; sin embargo, el
objeto propio del conocimiento humano no serán los
universales sin más, sino las esencias de las cosas
singulares, y esto hace que seamos las inteligencias
inferiores. Para establecer esa separación entre
substancias se ha de atribuir al entendimiento un tipo de
causalidad (la final, en Dios), el cual no podría, en
buena consecuencia, conocer ninguna substancia
hilemórfica. Pero estas substancias son las del mundo
sublunar, que son las que conocemos nosotros primera y
propiamente, no se sabe por qué, dado que nuestro
intelecto es capaz del conocimiento universal, a no ser
por el mero hecho de que es así, o sea, por una especie
de residuo de la caída platónica de las almas.
De todas estas incongruencias e inconvenientes nos libra
el abandono del límite, que no atribuye la singularidad a
la realidad física, sino que descubre que es una
operación intelectual (la reflexiva) la que nos hace
confundir lo físico con lo particular, de manera que en
el universo físico, no sólo en nuestras mentes, también
existen universales. La substancia física tiene dignidad
suficiente para ser concebida universalmente por nuestro
intelecto, aunque le cueste mucho, porque el conocimiento
de los universales físicos es el conocimiento más bajo,
el que suple nuestro intelecto con la objetivación. Y,
por otro lado, el entendimiento humano será declarado
plenamente capaz por sí mismo de conocer la realidad
física, incluida la materialidad, que integra junto con
la forma el holon substancial físico. La abstracción
intelectual no prescinde de nada, antes al contrario le
añade a la concausalidad la presencia articulante.
Universal no significa, después de abandonado el límite,
necesario para todo tiempo y lugar, sino «uno en muchos».
Bueno, no sé si con esto respondo a su pregunta, pero
parece prudente detenerse aquí, dado que Vd. sabrá
proseguir, una vez señalada la vía de salida.
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Ignacio Falgueras Salinas
Estimados colegas, amigos y congresistas:
Transcurridas estas dos semanas de intensa dedicación al
comentario del Acceso al Ser, espero que los contactos
mantenidos les hayan servido para una grata y fructuosa
ganancia en el conocimiento de la filosofía de Leonardo
Polo.
De todas las aportaciones que se han hecho, así como de
aquellos chats desarrollados que puedan resultar del
interés general de todos, quedará constancia en la página
web del IEFLP como resultados del simposio.
Pero, como saben Vds., todo ese intercambio no era el fin
último de nuestro proyecto, sino sólo un medio para su
objetivo final, que es la edición en-línea y, a la vez,
tipográfica del mejor comentario que podamos hacer del
Acceso al Ser. Por esa razón, el final del simposio no es
ni el final de nuestros trabajos ni el final de nuestros
contactos. Todos poseemos ya un conjunto de direcciones
electrónicas y de temas de investigación en común, por lo
que espero que esta despedida sea, si Dios lo quiere,
sólo el comienzo de una más intensa y fecunda
colaboración futura.
Muchas gracias a todos por su participación y
aportaciones, y un cordialísimo saludo en nombre propio y
en el de los organizadores de este primer Simposio sobre
el pensamiento de Leonardo Polo,
A Dios y hasta pronto