CURRICULUM VITAE
(1959-1974)



Mis primeros estudios de rango universitario los realicé en Roma, entre los años 1959 y 1963, en el Collegio Internazionale Santa Monica (Via Santo Ufficio 2), donde cursé cuatro años de teología. Allí tuve profesores de talento como Gössmann, Nolan, Turrado, Hulsbosch, que me iniciaron en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, así como en el estudio de la Teología y Moral católicas, con una especial atención a la Tradición, concretamente al pensamiento de s. Agustín, varias de cuyas obras antipelagianas leí y estudié con ahinco bajo la dirección del P. Agostino Trapé. Al final de los cuatro años obtuve el grado de Bachiller en Teología por la Universidad Pontificia Lateranense, a la que estaba afiliado el susodicho Colegio.

Al año siguiente me trasladé a la Universidad Pontificia de Salamanca para cursar la licenciatura en Teología. Quizás el fruto más notable de este año fue mi iniciación en la tarea investigadora con un trabajo de licenciatura sobre “El texto mariano del
De natura et gratia, c. 36, n 42: historia y exégesis”, que, reelaborado, quedó integrado posteriormente en la primera de mis publicaciones, como diré más adelante. Allí obtuve la licenciatura en Teología con la calificación de Magna cum laude.

En el curso 1966-67 inicié en la Universidad de Granada los años comunes de la carrera de Filosofía. Por designio verdaderamente providencial tuve allí como mi primer profesor de Filosofía a D. Leonardo Polo Barrena. También era para él el primer año en el ejercicio de su cátedra, recién conseguida por oposición. Apenas si pude entender casi nada de lo que ese año explicó, pero de sus clases y de las consultas de los problemas que sus clases me suscitaban sí saqué en claro que, contra lo que yo presumía, yo no tenía ni idea de filosofía, y en cambio él sí que sabía lo que decía. Algunas de las cuestiones que propuso entonces sólo conseguí entenderlas pasado mucho tiempo. Pero, decidido como estaba a estudiar filosofía, tras pedirle información, opté por cursar la especialidad de filosofía pura en la Universidad de Navarra, adonde él pronto volvería.

Durante los cursos 1967-68 y 1968-69 realicé los estudios correspondientes a la especialidad de Filosofía. Hacia el final del segundo año, en una clase que D. Leonardo daba sobre Hegel tuve mi primer chispazo filosófico, descubrí la congruencia del pensar: el modo de pensar y lo pensado por Hegel se ajustaban entre sí. A partir de ahí empecé a crecer como filósofo.

Tuve la suerte de ser invitado por la Universidad de Navarra para ser ayudante en la Facultad de Filosofía y Letras en la cátedra de Fundamentos de Filosofía y Sistemas Filosóficos, y así lo hice desde 1969 a 1971, en que leí mi tesina sobre Espinosa, “El establecimiento de la existencia de Dios en las obras de Espinosa anteriores a la Ética”, dirigida nominalmente por D. Leonardo, pues D. Leonardo no solía dirigir las tesinas ni las tesis, sino que dejaba a la creatividad de los investigadores el hacerlo. La razón de fondo por la que no intervenía en la dirección efectiva era la de no matar, sino fomentar el talento de los primerizos, evitando, por un lado, caer en la tentación de hacer él la tesis –dada la madurez y profundidad de su propio pensamiento–, y exigiendo, por otro, un alto grado de capacidad en los candidatos, pues la universidad no es una institución benéfica, sino que ha de estar integrada por los más idóneos. Por esa tesina, y el expediente académico de la carrera, obtuve el Premio fin de carrera de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra.

En octubre del 1971 obtuve la Beca de Formación del Profesorado del Ministerio de Educación para la realización de la tesis doctoral, cuya concesión me fue comunicada por el Decano de la Facultad el mismo día de mi boda con Conchita Sorauren, mi firme y amoroso apoyo en la vida. Además, sin dejar de ser Profesor Ayudante, fui nombrado profesor encargado de curso. Como ya llevaba dos años estudiando a Espinosa para la confección de la tesina, decidí hacer la tesis sobre Espinosa. Las razones por las que había elegido a Espinosa para la tesina fueron extrínsecas e intrínsecas: sus obras estaban en su casi totalidad escritas en latín, y era un autor moderno. Espinosa representaba un desafío para mi inteligencia, pues era un sutil enemigo de mi fe cristiana. Quería comprenderlo para entender a fondo la peculiaridad de la filosofía moderna, lo que de verdadero y falso hay en ella, y así descubrir la raíz de las novedades y yerros de la modernidad. En fin, me embarqué en una aventura intelectual que me mantuvo ocupado durante cuatro años (dos para la tesina, dos para la tesis); en cierto paralelismo con mi primera dedicación a s. Agustín. Naturalmente, eso junto a las clases de filosofía y a unas de latín en la Escuela de Bibliotecarias, que acepté para ayudar a mantener a mi incipiente familia.

Entre el final de 1971 y el 1972 recompuse mis tesinas de teología y filosofía, y las publiqué. La primera, con el título de
La contribución de s. Agustín al dogma de la Inmaculada Concepción, publicada en “Scripta Theologica” 4 (1982) 355-433, ampliaba y corregía la inicial tesina, aplicando a los datos ya recopilados el método de la congruencia. En cambio, respecto de la tesina de filosofía reduje su contenido centrándolo sólo en el Korte Verhandeling o Tratado Breve, aunque conservé el estudio sobre el De Intellectus Emendatione en la forma de un apéndice, manteniendo así el sentido de la tesina como una introducción al estudio de la Ética de Espinosa. Quedó publicada en Anuario Filosófico 5 (1972) 97-151. El artículo sobre s. Agustín, además de haber merecido alguna recensión, es citado por el J.Quasten, Patrología, v. III, p.?. El artículo sobre Espinosa ha sido citado y recogido en la bibliografía de la edición crítica del Korte Verhandeling, por F. Mignini.

Durante el año 1972 y 1973, aparte de la docencia, me entregué por entero a la confección de la tesis, pero sufrí una larga paralización en el capítulo segundo, atenazado por una dificultad de comprensión, concretamente por no entender cómo funcionaba la sistematicidad de Espinosa. Tuve, entonces, la providencial suerte de que me permitieran impartir, aun sin ser doctor, un curso especial sobre “La naturaleza de la idea en Espinosa”, y durante su desarrollo me vi llevado a exponer el problema que no entendía. De pronto, sin prepararlo ni esperarlo, formulé una hipótesis que allí mismo me abrió la puerta cerrada: Espinosa entendía la identidad como identidad compleja. A partir de ese momento bastaron unos meses para redactar el capítulo segundo y los restantes todos de seguido. Así aprendí que uno de los mejores modos de resolver problemas filosóficos, cuando se llevan meditando algún tiempo, es intentar exponerlos en público. Entre los alumnos que asistieron a ese curso recuerdo especialmente a mi amigo el Prof. Dr. Ángel D’Ors, y lo recuerdo porque me sugirió con una pregunta cierta idea a la que con el tiempo saqué mucho partido: tomar en riguroso sentido literal el fisicalismo de la idea pregonado por Espinosa. Le prometí en público que haría mención de ello en mi tesis, pero luego no encontré el modo apropiado de hacerlo. De manera que ahora lo hago.

Por fin, a principios del 1974 (el 29 de enero), pude defender mi tesis doctoral sobre “La ‘
res cogitans’ en Espinosa”, es decir, sobre el atributo pensamiento y la teoría del conocimiento del holandés con ascendencia hispanojudía. Como el apellido provenía de Espinosa de los Monteros (Burgos), decidí, aun yendo contracorriente, hispanizar su apellido de acuerdo con sus orígenes. Tardé dos años en publicarlo, y eso fue posible gracias al mecenazgo de D. Álvaro D’Ors Peix, padre de Ángel. Aunque él era, como es bien notorio, un especialista de renombre mundial en Derecho romano, había cultivado la universalidad del saber, y, en un gesto de magnanimidad universitaria característico suyo, patrocinó y gestionó la publicación de mi libro ante la editorial, resolviendo todos los problemas, incluso los de mis derechos de autor. Tenía él unos fondos de ventas de sus libros en la editorial Eunsa, y no dudó en dedicar a la publicación de una obra de filosofía, tan especializada como la mía, unos restos que le quedaban. Sólo tuve que aportar 20.000 pts. de mi peculio.