Vergüenza de Parlamento

Rafael Durán Muñoz

 

El miércoles 16 de diciembre de 2004 fuimos sujeto y objeto de un testimonio tan sensato como demoledor. En las Cortes, en el Parlamento de la Nación, los representantes de la soberanía popular se quedaron boquiabiertos y apesadumbrados. No es de suponer, pero sí de esperar, que también se sintieran afectados quienes aprovecharon la comparecencia de la portavoz de la Asociación de Víctimas del 11-M ante la Comisión de Investigación del mismo nombre para leer, o se ausentaron antes de dar por concluida la sesión. Pese a que fuera a propósito del 11-M (sobran adjetivos y sustantivos), la ciudadanía se sintió reconfortada. La ciudadanía no sintió sorpresa por las palabras; sí, por que se pronunciaran. Los representantes del pueblo oyeron lo que éste piensa de ellos. Valga la generalización por el afán constructivo que la anima. La frase no tiene fronteras: ‘todos los políticos son iguales’, y el sentido es peyorativo.

Los representantes de la soberanía popular (téngase presente aquello de la mujer del César) no están sabiendo estar a la altura del civismo que demostró la ciudadanía los días críticos del 11 al 14 de marzo de 2004. La ciudadanía fue compasiva y solidaria, fue valiente (tomó la calle como espacio público frente al terror) y tan rebelde como exige la democracia. Sí, porque también tomó la calle como espacio público frente a quienes trampearon las reglas del juego incluso en período electoral, estando tan fresca la sangre de la infamia. Si en democracia son principios ineludibles del voto su naturaleza universal, igual y secreta, a ellos cabe añadir un cuarto: el principio de la libertad, particularmente asediado por los intentos políticos y mediáticos, si no político-mediáticos, de conformación de la opinión y el comportamiento públicos con mentiras y verdades a medias. Sólo la verdad nos hace libres. Y ya lo decía Locke: “cuando al pueblo se le hace sufrir y se encuentra expuesto a los abusos del poder arbitrario, la rebelión tendrá lugar”. Por eso la rebelión era legítima y el compromiso, cívico.

¿Y después? Ha quedado dicho: los representantes de la soberanía popular no están sabiendo estar a la altura de aquella muestra de civismo. Los representantes, que lo son de la soberanía popular, ni siquiera han renunciado a instrumentalizar el dolor ajeno en su propio beneficio, partidista. ¿Qué superioridad moral pretendemos tener con quienes quieren negociar con las pistolas encima de la mesa? ¿Qué valores estamos transmitiendo a las nuevas generaciones? Lejos de consolidar la democracia, se la debilita. Nuestros representantes políticos no sólo deberían estar a la altura de aquella demostración de civismo, sino incluso fomentarlo. La democracia no es sólo correcta articulación de instituciones y procedimientos, de pesos y contrapesos. Javier Gomá ha apelado a la ‘virtud-ejemplaridad’ de las personas públicas como complemento (cabría añadir) de lo que denomina ‘virtud-participación’. No tiene aquélla nada que ver con la ‘corrección política’, uno de tantos engendros de la democracia degradada que padecemos. ‘Virtud-ejemplaridad’ es ejercicio pedagógico de la función pública, bien distinto del encanallamiento y atrincheramiento, a más de canibalismo, de nuestros días.

Más allá de lo coyuntural (“todo pasa y todo queda”), tal vez tengamos los políticos que nos merecemos. Tal vez seamos un pueblo de horizontes morales tan a ras de suelo (situaciones excepcionales al margen) que difícilmente podamos alumbrar políticos mejores que nosotros mismos. Testimonios como el que mueve a esta reflexión permiten alumbrar esperanza. Hay gente digna, incluso digna de ser imitada. Pero rara vez aflora, y tanto menos éxito puede tener cuanto más ocupado está el espacio público por la mezquindad, el dolo y la maledicencia; cuanto más ocupado está por las trincheras políticas y las maquinarias político-mediáticas de negación del otro. En palabras de la propia portavoz de las víctimas, tanto menos éxito puede tener la gente digna en ser imitada cuanto menos “aire fresco” hay dentro del Parlamento, y el aire de la democracia emana del Parlamento. Las víctimas del 11-M piden “verdad, justicia y reparación”. La ciudadanía, regeneración y pedagogía, sin estridencias.

 

Málaga, 17 de diciembre de 2004

Remitido como Carta al Director de un diario nacional