Otro mundo es posible |
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FEDERICO MAYOR ZARAGOZAEx Director General de la UNESCO y Presidente
de la Fundación para una Cultura de Paz (www.fund-culturadepaz.org/) |
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EL
PAÍS | Opinión - 26-05-2003 http://www.elpais.es/articulo.html?d_date=&xref=20030526elpepiopi_9&type=Tes&anchor=elpepiopi |
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En 1945,
al término de una guerra mundial trágica, con millones de muertos,
sufrimientos y humillaciones sin fin, genocidios de judíos y de gitanos y
otras etnias, uso de armas de gran poder destructivo, los Estados Unidos de
Norteamérica lideraron la fundación de las Naciones Unidas. Había que evitar
la guerra en lo sucesivo, para que aquella horrenda conflagración que acababa
de sacudir al mundo no se repitiera. Había que construir la paz. Y así, van
surgiendo las distintas organizaciones del sistema de las Naciones Unidas,
para contribuir -cada una en su campo- a que nunca más fuera la fuerza, sino
el diálogo y la concertación el camino de la paz. En 1948,
conscientes de que la inmensa diversidad que distingue a pueblos y personas
constituye su gran riqueza y requiere, al mismo tiempo, unirse alrededor de
unos principios aceptados por todos para adquirir cohesión y consistencia,
las Naciones Unidas aprueban el día 10 de diciembre la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Este firmamento ético debe orientar y dar fuerza a
las hebras multicolores que integran el tejido social de la humanidad en su
conjunto. El cumplimiento del artículo 1º bastaría para
cambiar radicalmente los rumbos presentes: "Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón
y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".
Numerosos gobernantes invocan a menudo los derechos humanos. ¿Cuántos han leído la Declaración? ¿Cuántos la tienen en cuenta en sus decisiones? Los
derechos humanos son indivisibles, pero uno de ellos es requisito y condición
para el ejercicio de todos los demás: es el derecho a la vida. ¿Cómo pueden invocar derechos humanos concretos quienes
siegan vidas y actúan con amenazas y violencias? 1954: Una
vez se disponía de un marco institucional a escala mundial y de unos
principios para elaborar los códigos de conducta, era preciso eliminar o
reducir las diferencias entre unos y otros, para que los caldos de cultivo
que representan la pobreza y la exclusión no originaran comportamientos que
afectan la estabilidad y la convivencia pacífica. El programa de las Naciones
Unidas para el desarrollo (PNUD) nace con este propósito. El desarrollo tiene
que ser integral, es decir, no sólo económico, sino social, político,
cultural, educativo, sanitario; endógeno, porque no se otorga, sino que las
distintas capacidades y destrezas se adquieren día a día con esfuerzo;
sostenido o duradero para que no afecte al contexto ecológico ni se agoten
los recursos naturales; y -¡por fin! - debe
ser humano, es decir, son los habitantes de la tierra, sin excepción, lo que
deben ser beneficiarios y protagonistas del mismo. Todo
estaba, pues, bien concebido y programado. La "guerra fría", la
carrera de poder, expresada en términos de fuerza militar, empaña
progresivamente aquellos buenos augurios y comienza el incumplimiento de los
propósitos y promesas: el 0,7% del PIB, que en 1974 los países más avanzados
habían decidido ofrecer a los más necesitados para que pudieran fortalecer
sus propias capacidades, se convierte, con la excepción de los países
nórdicos, a los que hay que rendir homenaje, en préstamos concedidos en
condiciones draconianas y uniformes - el "ajuste estructural" quedará
como un gran disparate y abuso - que favorece a los prestamistas y, en
general, acaban de hundir y someter a los prestatarios, cuyos recursos
naturales pasan, con estas mañas, a manos ajenas. 1989. Se
hunde el muro de Berlín y se desploma el telón de acero. La Unión Soviética,
gracias a la transición hábilmente propiciada por Mijaíl Gorbachov, da paso,
sin una gota de sangre, a Estados independientes que inician una larga marcha
hacia la democracia. Cuando esperábamos que, por fin, dispondríamos de los
"dividendos de la paz" y se reforzaría el sistema de las Naciones
Unidas, sucedió exactamente lo contrario: los países más prósperos se unieron
en el G-7 y tomaron una decisión que figurará en los anales de nuestro tiempo
como un ejemplo de irresponsabilidad política: transferir al
"mercado" sus deberes de estadistas y compromisos con el
electorado. El resultado fue una ampliación de la ya importante fractura
entre ricos y pobres. Contra
viento y marea, el sistema de las Naciones Unidas establece pautas para la
gobernanza en educación (Jomtien, Tailandia, 1990); medio ambiente (Río,
1992); desarrollo social (Copenhague 1995); mujer (Pekín, 1995)... ante la
total indeferencia de los "grandes actores". Se elevan
las primeras voces de disentimiento de una sociedad civil progresivamente
organizada y consciente. Seattle, Praga, Washington, Génova... y Porto
Alegre, sabiamente distanciada de la "manifestación directa" y, por
tanto, con menos probabilidades, muy negativas siempre, de brotes de violencia.
Porto Alegre, protestas y propuestas. Porto Alegre que proclama
pacíficamente, tenazmente, que "otro mundo es posible". 2001. El
11 de septiembre, actos terroristas suicidas, dirigidos a los símbolos del
poderío estadounidense, marcan, por las víctimas que producen y su
espectacular visibilidad, un punto de inflexión histórico y replantea
súbitamente la seguridad y estabilidad mundial, al tiempo que llama la
atención sobre las condiciones en que viven miles de millones de seres
humanos, hasta el punto de morir diariamente de hambre -según comunica la FAO
el mismo día, unas horas antes de los trágicos atentados- más de 30.000
personas. Era de esperar la reacción del gigante herido, a cuyo lado -al lado
de la vida- se sitúan la práctica totalidad de países y ciudadanos. Sin
embargo, pronto se pone de manifiesto que la persecución de Bin Laden y la
guerra en Afganistán son el inicio de un poder hegemónico que establece sin
pestañear el eje del "bien" y del "mal" (de los
"buenos" y de los "malos") y, contra todo fundamento de
derecho, declara la "guerra preventiva". De todos modos, después
del esperpéntico ultimátum desde las islas Azores y desoyendo la voz de la
inmensa mayoría de la humanidad, se decide la invasión de Irak, afirmando que
posee -aunque los inspectores capitaneados por Hans Blix no hayan podido
demostrarlo- armas nucleares, biológicas y químicas "de destrucción
masiva", que constituían una amenaza para el mundo en su conjunto. Se veía
venir: desde 1980, Estados Unidos no había suscrito una sola convención o
compromiso de las Naciones Unidas, ni siquiera la Convención de los Derechos
del Niño. El Tribunal Penal Internacional, el Protocolo de Kioto sobre el
cambio climático... las condiciones de confinamiento de los prisioneros
afganos en Guantánamo..., todo ello sin aceptar papel alguno de las Naciones
Unidas o de sus agencias especializadas. Ningún poder hegemónico, ha dicho
Jesús Moneo, ha sido capaz de moderarse por autolimitación. Ha sido por
contención externa, logrando demostrar que hay otras vías. Ofrezcamos estas
alternativas para que se detengan las acciones iniciadas y se reconduzcan por
unos Estados Unidos más propensos a la concertación y a la escucha. ...y 15
de febrero de 2003. Por primera vez, como ya he indicado, el clamor popular
se deja oír en todo el mundo. "No en nuestro nombre". Por primera
vez renace la esperanza: por su intensidad y amplitud, los poderosos no
tendrán más remedio que tener en cuenta al pueblo, que en esto consiste la
democracia. Es cierto que esta guerra-negocio tan ilegal como
desproporcionada ya ha tenido lugar. Pero siguen los dislates tanto en Irak
como en otras partes del mundo. Me llena de sonrojo que los mismos que han
destruido se repartan ahora la reconstrucción... ¡con fondos iraquíes! Cuanto
antecede pone de manifiesto la necesidad de un nuevo contrato global, como en
1945, basado en un sistema multilateral guiado por unos valores éticos
universales, que evite la presente impunidad de las transgresiones a escala
supranacional y que -con la mayor responsabilidad que corresponde a los más
poderosos- regule la gobernanza mundial. ¿Es otro mundo posible? Sí, si se respeta y fomenta la
diversidad y la fuerza creadora. Si, juntos, buscamos hasta hallarlos -o
inventarlos- los nuevos caminos del futuro. Si no situamos disciplinas de
pertenencia por encima de nuestra conciencia, porque más pronto que tarde se
paga el precio de la indignidad, la cobardía y la sumisión. Si se
educa para la paz, la democracia y la solidaridad, erradicando en todas las
escalas el terrible adagio "si quieres la paz, prepara la guerra".
Se han ocultado asépticamente horrendas imágenes de la guerra. Salvo para los
niños, constituye un grave error: nunca olvidaré lo que vi en Ruanda, en
Cambodia... Para luchar sin descanso a favor de la vida y de la no-violencia
hay que tener grabados en las pupilas los sufrimientos que genera la
confrontación bélica. Otro
mundo es posible si ampliamos las alianzas internacionales para la seguridad
a la reducción del impacto de las catástrofes naturales o provocadas. El caso
del Prestige, las víctimas del hundimiento, consecuencia de
terremotos, de las escuelas de San Guiliano en Italia y de Bingol en Turquía
demuestran, con qué dramática intensidad, que los ingenios de destrucción se
han desarrollado mucho y los de socorro y ayuda prácticamente nada. No hay
tecnología para la asistencia en casos de inundaciones, incendios, temblores
de tierra, emanaciones volcánicas... Otro
mundo es posible si la economía a escala mundial y la gestión de los grandes
retos sociales, medioambientales y culturales, se guía por valores
intransitorios y no por el mercado. Si reforzamos las instituciones
internacionales, y en primer lugar la ONU, y disponemos de los códigos de
conducta, consejos de seguridad y mecanismos punitivos adecuados. Otro
mundo es posible si los ciudadanos son capaces, a pesar de la información
sesgada y de la ingente propaganda, de no perder de vista los principios
esenciales y no apoyar a los dirigentes que los esquivan. Otro
mundo es posible si la memoria del futuro, del mundo que legamos a nuestros
hijos, tiene en cuenta las lecciones del pasado. Si tenemos fe en la especie
humana, desmesurada, creadora, impredictible, inmensurable. Si creemos en la
humanidad y en sus facultades distintivas, para superar los obstáculos que
ponen quienes intentan someterla. Cada día que pasa representa,
inexorablemente sea cual sea nuestra edad, un día menos para construir un
mundo más acorde con la dignidad humana. Nos queda un día menos para actuar
según nuestra conciencia. Yo ya he recorrido un buen trecho de mi camino. Por
eso es lógico que mi voz, casi ya mi grito, tenga un especial apremio. Otro
mundo es posible si revisamos con serenidad la historia contemporánea y
decidimos, de una vez, pasar de una cultura de imposición a una cultura de
diálogo y de paz. Pasar de la espada a la palabra y responder a la violencia
"con la fuerza fascinante del amor", como ha proclamado Juan Pablo
II en su reciente visita a España. Entonces las campanas ya no doblarán el
miedo, la amenaza y la muerte. Tañerán con alegría por ti y por mí, por
todos, porque se iniciará un mundo nuevo, con la esperanza de contribuir a
escribir, cada uno, un futuro diferente, luminoso y libre. |