El País, sábado 7 de abril de 2001
Aunque sea una idea
generalizada en la sociedad y en los centros
escolares, la animación
a la lectura no es una responsabilidad particular
de los profesores de
literatura. La biología, la historia, la filosofía, las
matemáticas,
cualquier materia, todos los conocimientos científicos o
humanísticos
están involucrados en el mundo flexible, personal y objetivo
de los libros. La ficción
recreativa nos enseña a hacer uso de razón y uso
de corazón,
a pensar en nosotros mismos, a conocer los matices del
miedo, del amor, de
la soledad, de la muerte, de la justicia, de las
distancias que separan
nuestro deseo de nuestra realidad. Los lectores
saben que una buena
parte de sus experiencias reales suceden con un
libro en las manos.
Pero el conocimiento y el placer que otorgan los
libros de ficción
no agotan el ámbito de la lectura. Los jóvenes pueden
conocer en un libro
los secretos de la sexualidad, el peso de la Historia,
el sentido de los números,
los códigos de la televisión, el modo en que se
crean las opiniones
o la verdad social del planeta. La animación a la
lectura es una responsabilidad
de los padres y de los profesores de
cualquier disciplina.
También de los
políticos. Escribió Antonio Machado en Juan de
Mairena, y conviene
no parar de repetirlo en este modelo de
democracia neoliberal
norteamericana en el que nos estamos
abandonando, que la
verdadera libertad no consiste en decir lo que
pensamos, sino en poder
pensar lo que decimos. La destrucción de los
compromisos éticos
sólo es posible cuando se ha destruido la conciencia
individual, cuando
se ha impedido la formación de un pensamiento
crítico. La
nueva incultura es así el peligro interno más grave de la
democracia, porque
le quita autoridad a los ciudadanos sobre sus vidas y
convierte a los políticos
en una clase elitista, oscura, encargada de pensar
por sus votantes, de
decidir por su cuenta lo que le conviene a la
mayoría. La
santa ignorancia parece el camino mejor para que los
poderes financieros
confundan los intereses de sus negocios con el
interés de los
ciudadanos. La formación del individuo crítico, capaz de
interpretar y de decidir,
es una clave indispensable de la democracia, y la
animación a
la lectura se convierte así en el acto simbólico de las
sociedades que se toman
en serio su libertad. Sólo los buenos lectores
saben interpretar bien
el significado de esas imágenes que valen más que
mil palabras.
(...).