Elecciones y escuelas de ciudadanía

Rafael Durán Muñoz

 

Uno se niega a comparecer ante la Cámara de representación popular para dar cuenta de las mentiras que se le imputan; ni luces ni taquígrafos, ni sesión en la que informar. Otro, ni se presta a debatir ni acepta preguntas de los periodistas. En fin, un tercero le pone precio al derecho a informar y a ser informado: un euro. Claro que los tres disponen para su conveniente aderezo del director de los servicios informativos de TVE, condenado judicialmente aquel por vulnerar derechos fundamentales en el ejercicio de su cargo, un ejemplo ésta de "manipulación informativa" a juicio del Consejo de Europa.

Por novena vez consecutiva desde 1977, el 14 de marzo estamos convocados a la elección de quienes nos han de representar una legislatura más. Dos ruegos con ocasión de la fiesta de la democracia: a los medios de comunicación, que sean la forma y el canal a través de los cuales la libertad de expresión y el derecho a la información veraz se hagan realidad; que eleven el coste de guardar silencio sobre o practicar comportamientos reprobables por parte de los políticos, que desvelen las mentiras y las argucias, y puedan así vanagloriarse de ser Cuarto Poder, efectivo aunque no institucional, que vigila, denuncia y, en tal sentido, controla tanto a los tres clásicos e institucionales como a las presiones ilegales o ilegítimas de que puedan ser objeto y a cuantos intereses ocultos las animan. A los ciudadanos, que estemos alerta. Siendo el régimen representativo un régimen de opinión, hablar de opinión pública en nuestra actual democracia es hablar en gran medida de opinión publicada; en cualquier caso, es hablar de opinión mediatizada.

Acudimos a los medios para informarnos, pero dos filtros nos ocultan la realidad: el filtro al que recurren estratégicamente los políticos (el discurso político), y el filtro que aplican los propios medios de comunicación en su selección, jerarquización y tratamiento de las noticias de que dan cuenta (el discurso mediático). Sabemos lo que quieren que sepamos. Somos lo que vemos y lo que vivimos, pero no es menos cierto que, así como, más allá de lo inmediato, no vemos sino lo que nos muestran, tampoco asimilamos lo que es, sino como nos dicen que es. Ello es así tanto más cuanta menor es nuestra capacidad cognitiva, así como cuanto menor sea nuestro interés por contrastar y completar las informaciones recibidas; pero también, y esto lo saben quienes pervierten la democracia, cuanto menor es nuestra disponibilidad de tiempo para conformarnos una opinión sobre todos y cada uno de los temas que nos interesan y afectan por medio de una búsqueda personalizada y plural de informaciones.

            Ponía Federico Mayor Zaragoza término a un artículo periodístico incluyendo a los medios de comunicación en su enumeración de instituciones llamadas a emprender “una vasta acción educativa de gran calado”. Efectivamente, los medios educan y socializan, tanto más en nuestra emergente Sociedad de la Información. Criticar la manipulación informativa no es un lugar común ni una acción huera. Los medios pueden ser escuelas de ciudadanía. Se critican para que lo sean. Se les critica para que rehuyan los oropeles y las fanfarrias de la pasarela electoral, para que desvelen sus miserias. El período electoral en el que nos hallamos inmersos, más concretamente, la campaña oficial que ya ha comenzado nos somete a la prueba del civismo. Podremos comprobar el modelo de democracia por el que optamos medios y ciudadanos. Aquellos habrían de hacer gala de pluralismo e independencia; nosotros, de competencia, responsabilidad y activismo.

  Publicado en La Opinión de Málaga, 6 de marzo, 2004/Opinión

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