De Hobbes a Locke, pasando por la Mukata

(publicado como "Palestina, entre Hobbes y Locke)

Rafael Durán Muñoz

 

Se me ocurre una viñeta política, quizás optimista en exceso, pero no por ello desatenta a los primeros momentos y movimientos tras la muerte de Yasir Arafat, incluido el intento de asesinato del presidente de la OLP, Mahmud Abbas, conocido también como Abu Mazen: cae la clave de bóveda, y todos (Sharon, Bush, Blair, Abbas, etc., y no sólo los consabidos Annan, Mubarak, Solana o Moratinos) se apresuran a evitar el derrumbe aunando esfuerzos. Al menos, en esa dirección parecen apuntar las primeras declaraciones. Quizás las más sorprendentes hayan sido las de la organización islamista Hamás al respecto de sus intenciones: presentarse a las próximas elecciones legislativas palestinas, pero no hacerlo a las presidenciales para evitar ser un obstáculo al inicio de las negociaciones con Israel, de las que aceptaría un acuerdo por etapas.

            El miedo al caos que generaría el vacío de poder derivado de la desaparición de Arafat invocaría, así, al consenso de nuestra transición como mal menor y única salvación. Entre nosotros el consenso no fue la generosa elección de nuestros próceres del cambio de régimen. Sin negar la trascendencia de su actuación, la simplificación elitista dificulta la correcta comprensión de tan complejo episodio. La nuestra fue una trasición vía transacciones; muerto el dictador y valedor de la Cruzada, los que renunciaron a toda suerte de maximalismos, los que transigieron –y lo hicieron todos, a derecha e izquierda, nacionalistas y no nacionalistas–, lo hicieron porque ninguno de ellos tuvo ni se vio con capacidad para imponer su opción, y porque la alternativa era, a sus ojos, el abismo: la guerra civil, de nuevo.

Quizás resulte inconcebible, pero tampoco hay que negarse a contemplar la posibilidad, y aun probabilidad, de que en Oriente Próximo haya lugar y se tema un abismo aún no alcanzado. Desaparecido el dique de contención de fundamentalistas de toda ralea y credo religioso que era Arafat (errores y vicios al margen), Hobbes podría volver a estar en lo cierto. La cuestión es, pues: ¿hará uso el hombre de su razón para poner coto a su carácter de lobo para el hombre, para salir del estado de naturaleza, de guerra, a que le llevan sus pasiones y su egoísmo, su sinrazón? De ser así, que el artificio no sea el Leviatán hobbesiano (del que pruebas ya ha habido y sigue habiendo entre árabes y musulmanes), sino el Estado de Derecho con que Locke replicó. Un camino, la Hoja de Ruta, está trazado y por andar. No desaparecerán quienes se esfuercen por dinamitarlo desde el más irracional de los nihilismos (¿el movimiento Yihad Islámica?), pero tampoco en España nos libramos entonces del terrorismo, fuese independentista, fascista o de extrema izquierda.

 

 Publicado en La Opinión de Málaga, 17 de noviembre, 2004

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