El futuro de la crítica
Daniel Innerarity (Profesor de Filosofía en la
Universidad de Zaragoza)
EL PAÍS | Opinión - 04-01-2004
http://www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=20040104&xref=20040104elpepiopi_8&type=Tes&anchor=elpepiopi
A nadie se le oculta que la conciencia crítica pasa actualmente
por un mal momento. Por no hablar de la crítica social, que suena a algo más
anticuado que la canción protesta. José María Guelbenzu lo acaba de advertir en
estas mismas páginas (El compromiso no es lo que era, EL PAÍS, 31 de
octubre) a propósito de la función incierta de los intelectuales y el declinar
del compromiso. Es verdad que son malos tiempos para la crítica, porque se
prohíbe y reprime, pero también porque muchas veces no se ha hecho bien, con
escasa observación y demasiada seguridad. El peor enemigo de la crítica es la
crítica misma mal realizada. El descrédito de la tradicional figura de los
intelectuales ha contribuido decisivamente a que disminuya el ejercicio de la
crítica razonada. Pero también corren malos tiempos para la crítica, como para
toda forma de negatividad teórica o práctica -transgresión, revolución,
desenmascaramiento, revelación, protesta, alternativa, utopía-, por un motivo
"contextual": lo negativo ha sido culturalmente despotenciado. Puede
que la crisis de la crítica no se deba a su escasez, sino a su presencia
irrelevante, y que su generalización cultural termine por neutralizarla.
Todo esto nos obliga a pensar el modo de concebir y ejercer la
crítica para que sea culturalmente efectiva, para que no se reduzca a una
agitación sin consecuencias ni termine devorada por los debates establecidos.
¿Resulta posible todavía decir que no? ¿Existe alguna técnica subversiva que
pueda ocupar hoy el lugar de la clásica crítica cultural? En el fondo se trata
siempre de la vieja cuestión, planteada en el horizonte de las actuales
circunstancias, acerca de cómo salir de la cueva, escapar de los prejuicios de
la tribu, resistir el encanto de las apariencias o combatir la falsa
conciencia.
Otras épocas han tenido la gran suerte de contar con la
posibilidad de participar en la lucha por sacar a la luz lo escondido (como se
entendió a sí misma la Ilustración) o por combatir la doble moral o la
hipocresía (desde la lógica revolucionaria a la transmutación de los valores).
Era posible criticar o/y desenmascarar; desde esta atalaya se escribieron, con
mayor o menor fortuna, críticas y genealogías, construcciones de la razón y
posiciones de la autonomía moral. Hoy, en cambio, las opiniones críticas y las
conductas asociadas con la transgresión resultan algo normal, que ni revelan
algo oculto ni provocan o alteran. Donde todo el mundo quiere ser crítico y
diferente la crítica se convierte en la evidencia y la diferencia se convierte
en normalidad. Es tremendamente difícil ser crítico y heterodoxo cuando lo que
todo el mundo quiere es, precisamente, ser crítico y heterodoxo, o sea,
creativo, distinto y original.
El comportamiento disidente ha sido tradicionalmente un valor de
negatividad; la disconformidad es ahora un valor positivo. La anomalía es la
conformidad. La distinción entre ortodoxia y heterodoxia hace tiempo que se ha
quebrado, y cualquiera quiere hoy ser anticonvencional, heterodoxo. El discurso
acerca del valor de la innovación es ya desde hace tiempo cosa de burócratas.
Los sistemas se hacen inmunes frente a la crítica asumiéndola. No hay nada
mejor para neutralizar una rebelión desde el poder que ponerse de su parte.
Quien se manifieste contra alguien ha de contar hoy con que los destinatarios
de la protesta van a declararse solidarios con ella. El poder de un sistema es
completo cuando consigue introducir la negación del sistema en el sistema
mismo. Nuestra sociedad le debe su flexibilidad a los críticos, que ya no ponen
nada en peligro. De este modo, cuando la subversión es la corriente dominante,
el mainstream, puede uno encontrarse con revolucionarios nadando a favor
de la corriente, personas que hablan en los medios de comunicación contra los
medios de comunicación, rutinas que se presentan como rupturas de la tradición,
protestas que únicamente satisfacen el gozo de la indignación.
Lo underground está introducido en el mainstream. La
economía se escenifica éticamente; el marketing se alía con la
subcultura; la crítica social está subvencionada por instituciones que deberían
temblar ante la crítica. Todos estos fenómenos tienen la misma estructura: la
negación del sistema es introducida en el mismo sistema, que de este modo se
hace inatacable.
Por todas estas circunstancias, la crítica intelectual resulta hoy
tan exigente como difícil de realizar. Su eficacia crítica tiene poco que ver
con la radicalidad de sus formulaciones y mucho menos con el convencimiento por
parte de quien la formula de estar poniendo en apuros al sistema criticado.
En primer lugar, no es una buena crítica la que no resulta de una
atención hacia la realidad, lo que generalmente se ha venido llevando a cabo
desde una actitud intelectual que se desentiende de la complejidad de lo real.
Hay un tipo de crítica que surge de la simplicidad y que explica por qué al
intelectual se le asocia frecuentemente con el diletantismo y la incompetencia
técnica. La radicalidad crítica suele venir acompañada de radicalidad moral,
tanto mayor cuanto menos se ha enterado el crítico de los verdaderos términos
del problema. La crítica intelectual debería también distinguirse
cuidadosamente de la agitación polémica diaria, tan característica de un mundo
que articula sus discusiones fundamentales en torno a los medios de
comunicación y que las encauza y desarrolla de acuerdo con la lógica que éstos
imponen. La discusión pública o mediática, aunque en ocasiones resulte tan
virulenta, suele discurrir dentro de un marco que apenas discute. Los ejes
están trazados de antemano y se aceptan de una manera tan poco crítica como los
conceptos de uso corriente. La opinión pública centra su atención en asuntos
políticos que tienen poco que ver con una "contradicción": temas
banales, agitación superficial, oposición ritualizada. Es escasa aquella forma
de crítica que examina las premisas públicamente aceptadas a partir de las
cuales se describen los problemas.
Decir lo que no se puede decir. Esta fórmula de
Adorno alude al combate contra las dificultades que la realidad nos plantea a
causa de su esquiva objetividad: lo que no se deja decir, lo difícil, lo
inexpresable, lo oculto, lo misterioso, lo invisible, lo confuso. Pero existe
también algo así como una dificultad social de las cosas que las hace
inaccesibles al conocimiento y a la crítica no por su misma realidad, sino por
el conjunto de disposiciones que las condicionan. En este caso, lo que no se
puede decir es lo incorrecto, lo prohibido, lo inconveniente, lo que
incomoda, lo reprimido. La peculiar aportación de la crítica intelectual
consiste en mantener abierta la duda acerca de las definiciones y las prácticas
comunes, las instituciones y prácticas hegemónicas. Está impulsada por la
impresión de que son los mecanismos institucionales y la interpretación de las
necesidades sociales lo que resulta cuestionable, aun cuando se presenten como
condiciones casi naturales del orden social. Por eso el intelectual tiene que
esforzarse para reformular esas evidencias de modo que aparezcan en su
problematicidad. Y esto no se hace tanto con modelos de mayor abstracción
cuanto mediante dispositivos para destrivializar. Entre las funciones de la
crítica me parece que ésta de la problematización tiene una especial actualidad
en unos momentos en que la solución de los problemas pasa por el convencimiento
de que no hay problemas, cuando abundan las soluciones fáciles a problemas
apenas formulados. No se trata de apelar a razones últimas indiscutibles, sino
de generar teorías que tomen una distancia respecto de las evidencias comunes,
de formular los problemas de otra manera y con la intención de posibilitar
soluciones novedosas.
La buena crítica explica un estado cuestionable de nuestra forma
de vida social de un modo hasta entonces inadvertido o sin formular. Por eso
tiene un cierto parecido con la invención ética, con los vocabularios que
inventan y descubren, en los que se contiene una interpretación que hace
visibles nuevos aspectos de la realidad. A esas advertencias les debemos
cambios de orientación o estímulos subcutáneos de mayor persistencia y duración
que las confrontaciones que agitan nuestro paisaje social.